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Actualizado: 9 de mayo de 2025
¿Sabe usted lo que ahora me viene a la memoria? dijo Tomasa . Pues me acuerdo de otra vez que nos vimos aquí mismo, en este jardín, hace una friolera de años: lo menos cuarenta y ocho o cincuenta. Yo estaba con mi pobre hermana mayor, que acababa de casarse con Luna el jardinero. Por el claustro andaba rondándome el que luego fue mi marido. Vi entrar en el cenador un hermoso soldadote, un sargento, con gran ruido de espuelas, el chafarote al brazo y un casco con rabo, como el de los judíos del Monumento. Era usted, don Sebastián, que había venido a Toledo para ver a su tío el beneficiado, y no quería marcharse sin visitar a su amiga Tomasita. ¡Y qué guapo estaba usted! Es la verdad; no lo digo por adularle. ¡Tenía usted un aire de pillo para las muchachas! Hasta recuerdo que me dijo algo sobre lo hermosa y fresca que me encontraba después de los años de ausencia. A usted no le sienta mal que recuerde esto, ¿verdad? Eran chicoleos de soldado. ¡Tantos diría entonces! Cuando se fue usted, dijo mi cuñado: «
En este tiempo, a nuestro Astrólogo o Mágico se lo había llevado de una aplopejía el demoñuelo zurdo que sustituía al Cojuelo, y bajó a pedir justicia a Lucifer en el güeso del alma, sin las mondaduras del cuerpo, del quebrantamiento de su redoma; y doña Tomasa, no olvidando los desaires de don Cleofás, trataba con otra requisitoria de venir a Sevilla, con un galán nuevo que tenía, soldado de los galeones, para tomar venganza casándose con el licenciado Vireno de Madrid la Olimpia de mala mano , sabiendo que se había escapado allá.
Con frecuencia paseaba por el claustro esperando una ocasión para hablar con Leocadia, la hermosa hija del sacristán de la Virgen. De los padres no había nada que temer; pero el futuro guerrero tenía cierto respeto a la abuela Tomasa, que veía con malos ojos estas relaciones y amenazaba con hacérselas saber a su tío el cardenal. Gabriel había hablado varias veces con el cadete.
Y no creas continuó que aquí se despilfarra ni se deja de hacer dinero de todo lo utilizable. El jardín, que tantos años fue de tu familia, lo dio en arrendamiento el cabildo desde la muerte de tu hermano. Veinte duros al año paga tu tía Tomasa para que lo explote su hijo, y eso porque, como sabes, la vieja es gran amiga de Su Eminencia, pues le conoce desde niño.
Sé que al final veré a mis pies a los repugnantes enemigos. ¡Pero sus lenguas, Tomasa! ¡Lo que dicen de los seres que más amo en el mundo! Esto es lo que me hiere, lo que me mata. Volvió a sentarse, aproximándose a la jardinera para hablar en voz queda: Tú conoces mi pasado mejor que nadie; te lo he contado porque me inspiras gran confianza. Además, tú eres lista, y lo que no sabes lo adivinas.
La protección enérgica de su tía Tomasa imponía respeto. Además, aquellas hembras simples, de pasiones instintivas, no podían sentir ante su fealdad la envidia hostil que inspiraban años antes su hermosura y el noviazgo con el cadete.
No hay entre ellos ni medio hombre; todos son chismosos y cobardes. En mi presencia tienen la vista baja; sonríen y alaban a Su Eminencia; y apenas vuelvo la espalda, son víboras que intentan morderme, lenguas de escorpión que nada respetan... ¡Ay, Tomasa! ¡Hija mía! ¡Tenme lástima! Cree que cuando pienso en esto me pongo muy enfermo.
No tengo la juventud: la altura en que me veo, fijas en mí todas las miradas, me impide defenderme. ¡Ay, Tomasa! Compadéceme, soy digno de lástima. ¡Ser padre, y tener que ocultarlo como un crimen! ¡Querer a mi hija con un cariño que se acrecienta más y más conforme se aproxima la muerte, y tener que sufrir que la gente tome este afecto tan puro por algo repugnante...!
Hablaba la señora Tomasa con voz conmovida. Después, Gabriel, ya sabes lo que ocurrió aquí. Se murió tu pobre cuñada, no sabemos de qué. Fue cosa de pocos días; tal vez de vergüenza, pues murió diciendo que ella era la culpable de todo. La partía el corazón ver cómo había quedado tu hermano después del suceso.
El monaguillo de medio siglo antes era ahora príncipe de la Iglesia y cardenal-arzobispo de Toledo. La vieja Tomasa y él se habían conocido de niños, peleándose en el claustro alto por la posesión de una estampita o haciendo jugarretas a los mendigos que acupaban la puerta del Mollete.
Palabra del Dia
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