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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Y privándose de una parte de su alimento, pasaba a casa del zapatero la leche que subían para él. Pero el estómago del pequeño no podía sufrir el líquido, demasiado substancioso para su debilidad, y lo arrojaba apenas ingerido. Tía Tomasa, la jardinera, con su carácter enérgico y emprendedor, trajo una mujer de fuera de la catedral para que diese su pecho al enfermo.
Mi gozo sería verla casada con un hombre bueno, pero ella no quiere separarse de mí. Le atrae la iglesia, y éste es mi miedo. No lo extrañes, Tomasa; yo, príncipe de la Iglesia, tiemblo al ver cómo se entrega a la devoción, y hago cuanto puedo por desviarla. Me gusta la mujer religiosa, no la devota que sólo se encuentra bien en la iglesia. La mujer debe vivir, debe gozar y ser madre.
La función religiosa terminó apresuradamente. Que perdonara la Virgen: otro año tendría mayor solemnidad. Y las autoridades e invitados abandonaron sus asientos del altar mayor para correr en demanda de noticias al palacio arzobispal. Al despertar Gabriel, pasado mediodía, todos hablaban en el claustro alto de la salud de Su Eminencia. Su hermano preguntaba a tía Tomasa, que venía de palacio.
Tu pelo aún está casi negro, la dentadura se conserva bien, no necesitas, como este cardenal, llevar un artefacto dentro de la boca.... Pero de todos modos, Tomasa, eres vieja como yo.
¿Te acuerdas cómo se burlaba de mí tu pobre padre? «Este chiquillo decía en la sacristía es un Sixto V.» «¿Qué quieres ser?», me preguntaban. Y yo respondía siempre lo mismo: «Arzobispo de Toledo.» ¡Y poco que se burlaba el buen sacristán de la seguridad con que hablaba yo de mis pretensiones! Cuando me consagraron obispo, cree, Tomasa, que me acordé mucho de él, sintiendo que hubiese muerto.
Déjelos que digan; Dios está en lo alto y nos ve a todos. Lo sé; pero esto no basta a tranquilizarme. Tú tienes hijos, Tomasa, y conoces lo que es quererlos. No sólo nos hiere lo que se hace contra ellos, sino lo que se dice... ¡Qué días llevo de sufrimiento! De pequeño ya sabes que toda mi ilusión era llegar a lo que soy.
Así como me ves, tan alegre, tan satisfecha de vivir, a ratos se me clava aquí en la frente el recuerdo de esa infeliz, y como mal y duermo peor, pensando que una criatura que al fin lleva mi sangre va perdida por el mundo, sirviendo de juguete a los hombres, sin que nadie la ampare, como si estuviera sola, como si no tuviese familia. La señora Tomasa se pasó por los ojos la punta del delantal.
Fuera de aquí hace un calor de horno... ¡Ay, Tomasa!, ¡qué fuerte te veo! Tan delgada y tan ágil, te mantienes mejor que yo. No estás envuelta en grasa como este pecador, ni tienes dolencias que te amarguen las noches.
El imponente don Sebastián, que hacía temblar con una mirada al cabildo y a todos los curas de la diócesis, mostrábase alegre, fraternal y confianzudo cuando de tarde en tarde veía a Tomasa. Era el único recuerdo vivo que quedaba de su infancia en la catedral.
Necesitaba, como otras veces, confiar sus pesares a la jardinera, con esa benevolencia instintiva que impulsa a los grandes a franquearse con los humildes. Tú no sabes, Tomasa, lo que esos hombres me hacen sufrir. Quiero dominarlos porque soy el amo, porque me deben obediencia con arreglo a la disciplina, sin la cual no habría Iglesia ni religión, y se me resisten y me desobedecen.
Palabra del Dia
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