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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Nos quedan pocos años de vida, por mucho que el Señor quiera conservarnos. ¡Quién pudiese volver a aquellos tiempos, cuando subía a tu casa con la sotanita roja, en busca de tu padre el sacristán, y te quitaba el almuerzo! ¿Eh, Tomasa...? Los dos ancianos, olvidando las diferencias sociales, con esa fraternidad resignada de los seres que caminan a la muerte, recordaban el pasado.
Apenas acabó de decir esto la Güéspeda, cuando comenzaron a pasar coches, carrozas, y literas, y sillas, y caballeros a caballo, y tanta diversidad de hermosuras y de galas, que parecía que se habían soltado abril y mayo y desatado las estrellas . Y don Cleofás, con tanto ojo , por ver si pasaba doña Tomasa; que todavía la tenía en el corazón, sin haberse templado con tantos desengaños. ¡Oh proclive humanidad nuestra, que con los malos términos se abrasa, y con los agasajos se destempla ! Pero la tal doña Tomasa, a aquellas horas, ya había pasado de Illescas en su litera de dos yemas .
El soldado y la señora doña Tomasa, que también habían regalado al Alguacil, por más protestas que le hicieron entonces, no le pudieron poner en razón, y ya a estas horas estaban los dos camaradas tan lejos dellos, que habían llegado al río y al Pasaje , que llaman, por donde pasan de Sevilla a Triana y vuelven de Triana a Sevilla, y, tomando un barco, durmieron aquella noche en la calle del Altozano, calle Mayor de aquel ilustre arrabal, y la Vitigudino y su galán se fueron muy desairados a lo mismo a su posada, y el Alguacil a la suya, haciendo mil discursos con sus trecientos escudos, y el Cojuelo madrugó sin dormir, dejando al compañero en Triana, para espiar en Sevilla lo que pasaba acerca de las causas de los dos, revolviendo de paso dos o tres pendencias en el Arenal .
Algunas veces entraba a verles la tía Tomasa, animándolos con sus optimismos de anciana alegre. Le placía la conducta de su sobrina: trabajar mucho para no ser gravosa al testarudo de su padre y ayudar al sostenimiento de la casa, que bien lo necesitaba. Pero no por esto había que matarse trabajando. Calma y buen humor; este mal tiempo otro traería.
Según afirmaban las gentes de la catedral, la señora Tomasa era la única que podía decirle las verdades cara a cara a Su Eminencia.
Si se hubiera quedado en cura de misa y olla, nadie le miraría la cara; pero Tomasa continuaría siendo su amiga, siempre dispuesta a hacerle un servicio. Si le quiero tanto, es porque usted es sencillo y afable. Si gastase orgullo, como otros arzobispos, le besaría el anillo y ¡hasta la vista! El cardenal en su palacio y la jardinera en su jardín.
En otros tiempos le hubiera defendido con la espada, peleando contra los herejes; ahora soy su sacerdote, y por él batallo cada vez que veo la impiedad de los tiempos cercenar algo de su gloria. El Señor me perdonará, recibiéndome en su seno. Tú que eres tan buena, Tomasa, y tienes alma de ángel bajo tu corteza ruda, ¿no lo crees así...?
Estos van a tomar posada y apearse a Caldebayona o a la Pajería , y es tu dama y el soldado que viene en su compañía, que, por acabar más presto la jornada, dejaron la litera y tomaron postas. ¡Juro a Dios dijo don Cleofás que lo he de ir a matar antes que se apee, y a cortalle las piernas a doña Tomasa!
Sus colegas de acá, otros ángeles caídos que suelen llamarse «la Tomasa, la Adela, la Paz, la Asunción, etc.», al cruzar por su lado le miran con soberano desdén: ninguno ha caído como él en medroso despeñadero; todos han venido a dar sobre algún milord con un caballo.
Y esta dicha mezquina me la turba esa gentuza con sus calumnias... ¡Hay para matarlos! Dominado por el grato recuerdo de la primavera que había florecido en sus primeros años de obispo, allá en una diócesis andaluza, repetía a Tomasa, una vez más, sus relaciones con cierta dama devota que sentía desde la niñez horror al mundo.
Palabra del Dia
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