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Don Rodrigo Calderón me habló por él; me ponderó lo útiles que podían ser servicios, y en dos años le hemos hecho capitán, y después sargento mayor. Don Rodrigo me le ha mostrado varias veces, y... veamos si le reconozco: es un hombre soldadote, buen mozo, ya maduro...

Es preciso... pues... ... de otro modo... decía este hombre cuando el bufón y Quevedo se pusieron en acecho. Tembló toda Luisa. Ha sido herido, casi muerto añadió el soldadote. Pero yo... ; no tienes la culpa de que don Rodrigo Calderón haya tenido un mal encuentro, pero esto me impide pasar la noche á tu lado. ¿Tienes miedo? dijo Luisa.

El hombre que se paseaba en la habitación y hablaba casi por monosílabos y lentamente con Luisa, era un hombre alto, fornido, soldadote en el ademán, en el traje y en la expresión, con cabellera revuelta, frente cobriza, ojos negros, móviles y penetrantes, mejillas rubicundas y grandes mostachos retorcidos.

¿Sabe usted lo que ahora me viene a la memoria? dijo Tomasa . Pues me acuerdo de otra vez que nos vimos aquí mismo, en este jardín, hace una friolera de años: lo menos cuarenta y ocho o cincuenta. Yo estaba con mi pobre hermana mayor, que acababa de casarse con Luna el jardinero. Por el claustro andaba rondándome el que luego fue mi marido. Vi entrar en el cenador un hermoso soldadote, un sargento, con gran ruido de espuelas, el chafarote al brazo y un casco con rabo, como el de los judíos del Monumento. Era usted, don Sebastián, que había venido a Toledo para ver a su tío el beneficiado, y no quería marcharse sin visitar a su amiga Tomasita. ¡Y qué guapo estaba usted! Es la verdad; no lo digo por adularle. ¡Tenía usted un aire de pillo para las muchachas! Hasta recuerdo que me dijo algo sobre lo hermosa y fresca que me encontraba después de los años de ausencia. A usted no le sienta mal que recuerde esto, ¿verdad? Eran chicoleos de soldado. ¡Tantos diría entonces! Cuando se fue usted, dijo mi cuñado: «

De repente se abrió la puerta de la oficina, empujada por una fuerte mano. Y apareció en el umbral, haciendo el saludo militar, el cartero del pueblo, un veterano de bigote gris y cuya blusa azul estaba estrellada por la cruz de honor. El tío Marcial, un soldadote nada cómodo murmuró la antigua empleada. Pero Liette no la oyó.

Porque también eso es de estilo aquí. ¡Pues me gusta! Y es usted recién venida, y el objeto de la pública curiosidad, y sevillana, y rica, y una Bermúdez del solar de Peleches, y sobre todo... ¡canario! ¿por qué no ha de decirse? guapa; pero ¡muy guapa! ¿A que al fin me la va usted a echar a perder, canástoles? Por de pronto, ya me la puso usted colorada... ¡Semejante soldadote!

Son sus ropas un manto rojo vinoso que, sin cubrirle, le sirve de fondo por la parte inferior, y un trapo azul liado a la cintura y sujeto por entre las piernas. Lleva en la cabeza morrión, y se ven a sus pies una rodela y una espada. Es un soldadote de aquellos que, cuando les faltaba la paga, se hacían capeadores en las ciudades o bandidos en el campo.

Faltó poco para que don Mariano lo echase todo a rodar, lanzando algún insulto a la cara de aquel soldadote; pero las amarguras que desde la noche anterior venía padeciendo le tenían muy abatido. Por otra parte, temió comprometer gravemente la situación de su hija, y viéndola libre no quiso perderla de nuevo.

Otra ventaja hay en los versos de Campo: rara vez deja de acudir la inspiracion á su llamada. Para nuestro amigo, es siempre la poesía una amante esposa que se entrega con tranquila felicidad á su marido: la pobre mujer que fuerza un soldadote brutal y feroz.