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Actualizado: 3 de junio de 2025


Sonríen ellas, se hacen las melindrosas; insisten ellos y á pesar de su fuerza indomable se muestran ruborosos y humildes como niños. Jacinto se acerca á Flora. Su rostro aún está contraído, sus manos tiemblan, todo su cuerpo manifiesta extraña agitación. ¿Qué mosca te ha picado, Jacinto? le pregunta la linda morenita mirándole con una risa maliciosa.

¡Calla, mujer, que tus maldiciones ya se cumplen! El Caballero se incorpora en el lecho de algas, y la viuda y los cuatro niños tiemblan al reconocerle. En la oscuridad de la cueva apenas se distingue la sombra del viejo linajudo, y su voz tiene una resonancia oscura de caos y tinieblas como si saliese de la oquedad del roquedo.

No ve tampoco las sutiles telarañas que tiemblan al sol entre el ramaje, ni las agujas de pino que caen sobre su tambor. Absorto en su sueño y en su música, mira con amor moverse ligeros los palillos, y su caraza estúpida se ensancha de placer a cada redoble. ¡Rataplán! ¡Rataplán!...

¡Desgraciado preceptor!... No olvide usted, amiguito, que esta noche hemos de ir a casa de Poenco. ; a olvidarme iba. Las carnes me tiemblan ya del gusto. ¿Dices que va Pepilla la Poenca? Y toda la flor de la majeza. Me parece que no ha de llegar el momento en que mi señora mamá cierre los ojos. Aguardo en Puerta de Tierra. Puerta del Cielo debía llamarse. ¿Irá también la Churriana? También.

Los relámpagos tiemblan con brevedad quimérica sobre el mar montañoso, y se distingue la barca negra, cabeceando atracada al socaire de los roquedos. ¿Eres Abelardo? Para servirle, Señor Don Juan Manuel. A ti no te conozco... A tu padre le he conocido mucho... Me acuerdo de una apuesta que ganó: Era ir nadando hasta la Isla. ¡De poco le ha servido al pobre aquella destreza! ¿Murió ahogado?

Trémulo, con los ojos ardientes, salta a tierra el primogénito y va contra su padre, que le espera en medio del camino con el bastón enarbolado. Detrás se extiende la hueste de mendigos, que tiemblan de miedo y de frío bajo sus harapos, al intentar interponerse. Señor Don Pedrito, considere que es su padre, y que le ha dado la vida, y que puede quitársela. ¡El padre es como el Dios del Cielo!

En los pueblos no se reciben telegramas sino para anunciar una desgracia; se conmociona toda la familia; el que lo abre calla y se pone un poco pálido; sus manos tiemblan; todos miran ansiosos... Yo he sentido un tilde de esta ansia cuando he visto, en esta mañana gris, cansado, soñoliento, un telegrama. ¿Qué voy a leer en él? ¿Qué nueva vía desconocida va a abrir en mi vida?

Hundí en las manos mi frente ardorosa y quebrantada; pedí al pábilo amarillo la lumbre de una mirada, y en el fondo de mi vida no hubo nada, nada... nada. ¡Oh vacío de las almas...! ¡Oh negras horas tediosas en que no hay para las manos que tiemblan divinas rosas, ni para los ojos tristes un vuelo de mariposas novias del sol...! ¡Oh infinita pesadumbre de las cosas!

Libre por principios y por propensión, mi estado natural es la libertad; por ella verteré mi sangre y mil vidas, y no existirá esclavo donde las lanzas de La Rioja se presenten. SOLDADOS DE MI MANDO: El que quiera dejar mis filas puede retirarse y hacer uso de mi oferta, que os hago por tercera vez. Los enemigos ya saben lo que leéis y os tiemblan.

Puesto que no se puede expresar todo, Puesto que el amor es infinito, Puedes preguntar a mis ojos Cuánto te quiere mi corazón... ¿Por qué se cruzan de pronto sus miradas? ¿Por qué tiemblan los dos como si una descarga eléctrica les sacudiese los miembros? No pasa una sola hora de la noche Que no se despierte mi corazón; Que no piense en ti, Que no piense que me has dado mil veces tu corazón...

Palabra del Dia

rigoleto

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