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Juan está completamente hundido en el tupido follaje, y deja que los pámpanos, que tiemblan y se agitan al soplo de su aliento le acaricien el rostro. Gertrudis lanza de tiempo en tiempo una mirada furtiva a los dos hermanos; se la podría tomar por una criatura indisciplinada que quiere hacer alguna travesura, pero cerciorándose antes de que nadie la vigila.

Ahora va a venir ese insigne bibliotecario de las Cortes dijo uno y nos acabará de leer su obra. Ya veo cómo tiemblan los frailes panzudos y los rollizos canónigos. Yo he dicho que debe grabarse letra por letra con oro y plata en las esquinas de las calles. ¡Aquí está, aquí está el insigne Gallardo!

¡Ved! La Muerte se ha erigido un trono, en una extraña ciudad que se levanta, solitaria, muy lejos, en el sombrío occidente, donde los buenos y los malos, los peores y los mejores han ido hacia la paz eterna. Allí los templos, los palacios y las torres torres carcomidas por el tiempo, y que no tiemblan nunca, no se parecen en nada a las nuestras.

La hueste de mendigos comienza a rezar un padrenuestro que guía el Pobre de San Lázaro. Una sala con tribuna sobre la capilla, en la casona de Flavia-Longa. Están cerradas todas las ventanas, el sol mañanero ilumina los resquicios, y las rayolas del polvo tiemblan en impalpables escalas: El olor de la cera y del incienso ha quedado flotando en la estancia.

Los naranjos, cubiertos desde el tronco a la cima de blancas florecillas con la nitidez del marfil, parecían árboles de cristal hilado: recordaban a Rafael esos fantásticos paisajes nevados que tiemblan en la esfera de los pisapapeles.

Tío Pedro dijo al pescador después de aquel perentorio rechazo : ¿sabe usted que me tiemblan las carnes? ¿Qué dirá Rosita? ¿Qué dirá el padre cura? ¿Qué dirá todo el pueblo? ¿No podría usted hallar medio de convencerla? ¡Si no quiere!, ¿qué le hago? respondió el pescador.

7 Extiende el aquilón sobre vacío, cuelga la tierra sobre nada. 8 Ata las aguas en sus nubes, y las nubes no se rompen debajo de ellas. 9 El aprieta la faz de su trono, y extiende sobre él su nube. 10 El cercó con término la superficie de las aguas, hasta que se acabe la luz y las tinieblas. 11 Las columnas del cielo tiemblan, y se espantan de su reprensión.

Lo mismo que sus esposos, hijos y hermanos, el color de aquellas mujeres era pálido, enfermizo, sus facciones menudas, su mirada lánguida, sus manos y sus pies pequeños. Al pasar vieron también algunos hombres atacados de fuerte temblor. ¿Qué es eso? ¿Por qué tiemblan así esos hombres? preguntó asustada Esperancita. Son modorros le respondió un empleado. ¿Y qué son modorros?

Súbito la campiña se ilumina, brillan las aguas del río, tiemblan los árboles y los maizales: todo parece un espejo donde se repiten hasta el infinito sus imágenes. Nolo y Demetria se estremecen y piensan con terror en que están ya cerca de Langreo. Pero no; la luna los mira un instante y se oculta en seguida detrás de negros nubarrones ¡Huíd, huíd, hijos míos, que por tampoco quedará!

Pero, traidora Juanita, me lisonjeas y me matas a la vez. Yo no quiero instruirte, sino enamorarte. No aspiro a ser tu libro, sino tu novio. Jesús, María y José. ¿Está usted loco, don Paco? ¿En qué vendría a parar, qué fin que no fuera desastroso podría tener ese noviazgo? ¿No le tiemblan a usted las carnes al figurarse la estrepitosa cencerrada que nos darían si nos casáramos?