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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Callaron todos, hondamente impresionados por la relación tan patética como sencilla del bondadoso padre. Este llevó a sus ojos la mano basta y ruda, endurecida por el arado, y se limpió una lágrima: ¿Qué dices tú a eso, Teodoro? preguntó Carlos a su hermano.
Me tuvo un día de Difuntos, y después se fue a criar a Madrid. ¡Vaya con la buena señora! murmuró Teodoro con malicia . Quizás no tenga nadie noticia de quién fue tu papá. Sí, señor replicó la Nela con cierto orgullo . Mi padre fue el primero que encendió las luces en Villamojada. ¡Cáspita!
Dios estaba con nosotros... bien claro se veía.... Habíase puesto de nuestra parte.... ¡Oh, bien sabía yo a quién me arrimaba! prosiguió Teodoro, con aquella elocuencia nerviosa, rápida, ardiente, que era tan suya como las melenas negras y la cabeza de león . Para que mi hermano tuviera medicinas fue preciso que yo me quedara sin ropa. No pueden andar juntas la farmacopea y la indumentaria.
D. Teodoro, que hace días me tiene inquieto el estado de exaltación en que se halla mi hijo: yo lo atribuyo a la esperanza que le hemos dado.... Pero hay más, hay más. Ya sabe usted que acostumbro leerle diversos libros. Creo que ha enardecido demasiado su pensamiento con mis lecturas, y que se ha desarrollado en él una cantidad de ideas superior a la capacidad del cerebro de un hombre que no ve.
Los Golfines paseaban en los días buenos; en los malos tocaban el piano o cantaban, pues Sofía tenía cierto chillido que podía pasar por canto en Socartes. El ingeniero segundo tenía voz de bajo profundo, Teodoro también era bajo profundo.
Parece que se efectuaba sobre la tosca muchacha el potente y fatal dominio que la inteligencia superior ejerce sobre la inferior. Triste y silenciosa recostó su cabeza sobre el hombro de Teodoro. Vamos allá dijo este súbitamente. La Nela tembló toda.
La abuela, no queriendo interrumpir la conversación de aquellos señores, se confundió en excusas y suplicó al cura que nos dejase aprovechar sus luces comunes continuando su plática. El caballero tarro de tabaco nos fue presentado. Se llama Teodoro Baurepois y practica como especialidad la salvación de Francia.
En la misma capilla estaba la tumba de otra princesa, hija del basileo Teodoro Lascaris, que había venido á reunirse con su tía en el lejano destierro. Ulises, sin dejar de admirar los conocimientos históricos de su padre, los acogía con cierta ingratitud. Mi padrino me explicará mejor esto... Mi padrino sabe más.
Tengo una sed rabiosa de verte. ¡Viva la realidad!... Bendito sea Dios que te crió, mujer hechicera, compendio de todas las bellezas.... Pero si después de criar la hermosura, no hubiera criado Dios los corazones, ¡cuán tonta sería su obra!... ¡Luz, luz! Subió Teodoro y le abrió las puertas de la realidad, inundando de gozo su alma. Después pasó el día tranquilo, hablando de cosas diversas.
Mi hermano me pedía pan añadió Teodoro y yo le respondía: «¿Pan has dicho?, toma matemáticas...» Un día mi amo me dio entradas para el teatro de la Cruz; llevé a mi hermano y nos divertimos mucho; pero Carlos cogió una pulmonía.... ¡Obstáculo terrible, inmenso! Esto era recibir un balazo al principio de la acción.... Pero no, ¿quién desmaya?, adelante... a curarle se ha dicho.
Palabra del Dia
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