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Actualizado: 11 de mayo de 2025
No haré a tu cultura la ofensa de informarte que se amueblan hoy las casas con un estilo y un «confort» tan admirables que superan a ese regalo ficticio, llamado en otro tiempo Bienaventuranzas. No te hablaré, Teodoro, de otros goces terrenales, como, por ejemplo: el Teatro Real, el baile, el café Inglés... Sólo llamaré tu atención sobre este hecho... Existen seres que se llaman mujeres.
Que el gobierno colonial hizo lo posible por desterrarlas, me lo prueba un bando o reglamento de duelos que el virrey don Teodoro de Croix mandó promulgar en Lima con fecha 31 de agosto de 1786, y que he tenido oportunidad de leer en el tomo XXXVIII de Papeles varios de la Biblioteca Nacional.
Ya se arreglarían las cosas de modo que no hubiera padres sin hijos, ni hijos sin padres. Con tu sistema dijo Sofía ya se arreglarían las cosas de modo que nosotros fuésemos padres de la Nela. ¿Por qué no? repuso Teodoro . Entonces no gastaríamos doscientos duros en comprar un perro, ni estaríamos todo el santo día haciendo mimos al señorito Lili.
Su rostro resplandecía de júbilo. ¡Triunfo completo! gritó desde la puerta . Después de Dios, mi hermano Teodoro. ¿Es cierto?... Como la luz del día.... Yo no lo creí... ¡Pero qué triunfo Sofía! ¡Qué triunfo! No hay para mí gozo mayor que ser hermano de mi hermano.... Es el rey de los hombres.... Si es lo que digo: después de Dios, Teodoro. Fugitiva y meditabunda
Teodoro, que era el mayor, fue médico antes que Carlos ingeniero. Ayudó a éste con todas sus fuerzas mientras el joven lo necesitara, y cuando le vio en camino, tomó el que anhelaba su corazón aventurero, yéndose a América. Allá trabajó juntamente con otros afamados médicos europeos, adquiriendo bien pronto fama y dinero.
Dime le preguntó Golfín ¿tú vives en las minas? ¿Eres hija de algún empleado de esta posesión? Dicen que no tengo madre ni padre. ¡Pobrecita! Tú trabajarás en las minas.... No, señor. Yo no sirvo para nada replicó sin alzar del suelo los ojos. Pues a fe que tienes modestia. Teodoro se inclinó para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduzcas.
Estaba lela y su terror impedíale tomar una resolución. «Tú... siempre enredando... No haces caso de lo que dice D. Teodoro... ¡Qué hombre!... Dame acá la caja». Quita allá, calamidad dijo Bringas defendiendo su tesoro con ademán enérgico.
D. Teodoro leía en los muertos y D. Carlos leía en las piedras, y así los dos aprendieron el modo de hacerse personas cabales. Por eso es D. Teodoro tan amigo de los pobres. Celipín, si me hubieras visto esta tarde cuando me llevaba al hombro.... Después me dio un vaso de leche y me echaba unas miradas como las que se echan a las señoras.
Ya he dicho que mandaba D. Teodoro Reding la primera división; lo que aún no ha sido escrito por la Historia ni dicho por mí es que yo formaba parte de ella, porque toda la caballería voluntaria había sido incorporada, mejor dicho, fundida en los batallones del ejército, que apenas contaban con la mitad del contingente.
Me los dio D. Teodoro añadió la Nela para que me comprara unos zapatos. Como yo para nada necesito zapatos, te los doy, y así pronto juntarás aquello. ¡Córcholis!, ¡que eres más buena que María Santísima!... Ya poco me falta, Nela, y en cuanto apande media docena de reales... ya verán quién es Celipín.
Palabra del Dia
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