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Actualizado: 11 de junio de 2025
Salieron todos, juntamente con la Nela, a quien Teodoro quiso llevar consigo, y también salió D. Francisco para hacerles compañía hasta el establecimiento. Convidados del silencio y belleza de la noche, fueron departiendo sobre cosas agradables; unas relativas al rendimiento de las minas, otras a las cosechas del país.
¿No sabes que dijo D. Teodoro que los que nos criamos aquí nos volvemos piedras?... Yo no quiero ser una piedra, yo no. Yo... ¿para qué voy? dijo la Nela con amargo desconsuelo . Para ti es tiempo, para mí es tarde. La Nela dejó caer la cabeza sobre su pecho y por largo rato permaneció insensible a la seductora verbosidad del futuro Hipócrates.
D. Teodoro replicó la señorita de Penáguilas, secando sus lágrimas . Estoy pensando, estoy considerando qué cosas tan malas hay en el mundo. ¿Y cuáles son esas cosas malas, señorita?... Donde está usted, ¿puede haber alguna? Cosas perversas; pero entre todas hay una que es la más perversa de todas. ¿Cuál? La ingratitud, Sr. Golfín.
La estrechez del sendero no les permitía caminar de dos en dos. Lili llevaba su manta o gabancito azul con las iniciales de su ama. Sofía apoyaba en su hombro el palo de la sombrilla, y Teodoro llevaba en la misma postura su bastón, con el sombrero en la punta. Gustaba mucho de pasear con la deforme cabeza al aire.
"Los dos versos siguientes dice Grillparzer podrían ser colocados como lema al frente de las obras completas de Lope de Vega: TRISTÁN. Tiras, pero no reparas. TEODORO. Los diestros lo hazen así. El Perro del hortelano, acto I." Tirar sin reparar, a modo de una fuerza natural que no teme se agote nunca el caudal de que dispone, fué siempre el carácter de la creación artística de Lope.
Marianela trató de andar. Carlos le daba la mano. No, no; ven acá dijo Teodoro, tomando a Marianela por los brazos. Con rápido movimiento levantola en el aire y la sentó sobre su hombro derecho. Si no estás segura, agárrate a mis cabellos; son fuertes. Ahora, lleva tú el palo con el sombrero.
Fué entonces cuando, del otro lado de la mesa, una voz insinuante y cristalina, me dijo misteriosamente: Vamos, Teodoro, amigo mío, sé fuerte, extiende la mano y toca la campanilla. La pantalla verde de la vela esparcía una penumbra en derredor. Me levanté temblando.
Mira, hijito, el que me ha dado ese dinero andaba por las calles pidiendo limosna cuando era niño, y después.... ¡Córcholis! ¡Quién lo había de decir!... D. Teodoro.... ¡Y ahora tiene más dinero!... Dicen que lo que tiene no lo cargan seis mulas. Y dormía en las calles y servía de criado y no tenía calzones... en fin, que era más pobre que las ratas.
Acomodose D. Francisco en un banco que a la mano tenía. Teodoro, Carlos y Sofía se habían sentado en sillas traídas de la casa, y la Nela continuaba en el banco de piedra. La leche que acababa de tomar le había dejado un bigotillo blanco en su labio superior. Pues decía, Sr.
¿En dónde está Pablo? preguntó el ingeniero. Acaba de bajar a la huerta replicó el señor de Penáguilas, ofreciendo una rústica silla a Sofía . Mira, Nela, ve y acompáñale. No, no quiero que ande todavía objetó Teodoro, deteniéndola . Además va a tomar leche con nosotros. ¿No quiere usted ver a mi hijo esta tarde? preguntó el señor de Penáguilas.
Palabra del Dia
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