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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Tómale, hijo mío le dijo su padre adivinándole la intención y apoderándose de la tarjeta antes que él . Pero aguarda un poco. Esos parecidos dijo la Esfinge son el sello que pone la mano de Dios en las obras del demonio, como esa desdichada criatura, para aviso de las gentes honradas... ¡Mujer!...
Que el negocio se malogra, porque sí, pues también puede suceder, y queda uno en descubierto y en situación poco airosa: A ver, una cartita de recomendación o una simple tarjeta, es más sencillo, al director A. o B.; que le den lo que necesite, de orden superior.
Ángel recogió la tarjeta, y salió, con ella en la mano, del despacho de su padre; y es cosa averiguada que en cuanto se vio solo y encerrado en su gabinete, desahogó las fatigas de su pecho regando con lágrimas ardientes y devorando a besos resonantes aquella imagen fidelísima de la más hechicera «obra del demonio». ¡Resolver el conflicto!
Despidiéronse con fuertes apretones de manos, que a Miquis no le parecían nunca bastante fuertes. Isidora subió sumamente fatigada. Las de Relimpio le dijeron que había venido a visitarla un caballero de muy buen porte. Entró la joven en su cuarto, donde la esperaba una gratísima sorpresa. Sobre la cómoda había una tarjeta con el pico doblado. Capítulo V Una tarjeta
Un hombre que la deja sola por sumar años de servicios y adquirir categoría, es un bestia.» Había momentos en que don Juan se ponía malo a fuerza de recordar, discurrir, esperanzarse y darse a los diablos. Al día siguiente de haber confiado a Julia la tarjeta escrita con lápiz, recibió una carta.
Jenny Hawkins volvía á su casa, á las diez de la mañana, cargada de flores que acababa de comprar en el mercado de Covent-Garden, y su doncella le dijo al abrir la puerta: Un caballero espera en el salón á la señora. ¿Quién es? Aquí tiene la señora su tarjeta. Juana Hawkins cogió el cuadrado de cartulina y leyó: El conde Juan de Sorege.
El portero me trae una tarjeta: «Es una señora vie-jita dice , y pregunta si la señora puede recibirla». Leo: Melchora Ponce del Ebro de Nuezvana.
Metió en el sobre la tarjeta, se la dio a Julia, despidiéronse, y ya estaban a punto de separarse, cuando él, por precaución para lo sucesivo, dijo: Oye, por si yo te necesito o tú tienes algo nuevo que decirme, cada dos días por la mañana, a la misma hora de hoy, aquí nos veremos. ¿Vendrás? Bueno, vendré; pero usted las lía de tanto madrugar. Y cada uno se fue por su camino.
Al verla en tal estado se me encendió la sangre y salí detrás del chico: alcancele cerca de la escalera, y agarrándole por la muñeca le dije: Oiga V... Lo primero que un hombre debe ser, antes que poeta, es caballero... y V. no lo es... El drama se ha silbado porque le falta lo mismo que a V... el corazón... Aquí tiene V. mi tarjeta.
Mas, con gran sorpresa suya, pasó todo el día del lunes, y pasó también el martes, y llegó y pasó asimismo el miércoles, sin que ningún coche parase a la puerta, ni atravesase una sola visita las antesalas, ni recibiera el oso del vestíbulo en su bandeja ninguna tarjeta, ni llegara tampoco el menor recado, la más insignificante misiva de atención, de interés o de consuelo... Aterróla entonces aquella soledad, que no sabía explicarse, porque ignoraba que la opinión había atravesado en el dintel de su puerta el cadáver de Jacobo; mas cuando llegaron a su noticia las voces que corrían y supo que una pérfida y misteriosa mano explotaba el funesto hallazgo de la capa de pieles, para hacer recaer sobre ella las sospechas del crimen, tuvo en su soledad vértigos de ira, estremecimientos de fiera acorralada, y decidió desafiar frente a frente a la calumnia con un golpe de enérgica audacia.
Palabra del Dia
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