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Actualizado: 7 de octubre de 2025


Entonces se abrazaron con abandono, y ella apoyando la mejilla en la cara de Julio, sólo sentía un deseo dulce de morir. En ese momento acudieron precipitadamente Zoraida y Carmen. ¡Ha venido un hombre, no sabemos quién es! El desconocido visitante estaba en el vestíbulo. La sirvienta, que no había podido detenerle, trajo la tarjeta. Leyeron el nombre: "Ricardo Muñoz".

No se me había ocurrido aún que pudiera casarme con él, pero pensaba con gusto en que podía ser la dama por la cual ese caballero descendía a la arena. ¡Y si supiera qué placer de otro género, no experimentado aún, sentí cuando me envió aquella tarjeta en que se titulaba en broma: Proveedor de Su Gracia la Marquesita Florencia.

Aunque no me lo preguntase, por discreción, creí del caso decirle que necesitaba de los servicios de D. Sabino para ciertas particularidades referentes a una parienta que tenía profesa en la orden del Corazón de María. No dude usted que le atenderá dijo entregándome la tarjeta. Le prevengo a usted que no le tocó nada de lo de Salomón. Si le sacuden, suelta bellotas.

Antes de que Ponte le contestara, prosiguió diciendo: «Yo que usted es amigo de la familia, y que habla con Doña Obdulia... Y a propósito: Doña Obdulia, o su señora madre, ahora que son ricas, querrán sacar título. Yo que ellas lo sacaría, siendo, como son, de la Grandeza de España. Pues que no se olvide usted de , Sr. de Ponte... Aquí tiene mi tarjeta.

Muchas gracias respondió avergonzado . En cuanto llegue me meto en un coche... Los coches están fuera del edificio. Pruebe usted a ver si le sirve insistió con acento rudo y franco el caballero. Tristán sacó el sombrero y en efecto le estaba bastante bien. Pero yo no puedo... No tengo el honor de conocer a usted. Lo envía usted mañana al hotel de París. Aquí tiene usted mi tarjeta.

Cuando Julia deshacía las envolturas se deslizó una tarjeta que Oliverio vio caer y de la cual se apoderó rápidamente; después de darle dos o tres vueltas como si tratara de apreciar los detalles fisonómicos, por decir así, de aquella blanca cartulina, leyó en voz alta: El conde Alfredo de Nièvres.

Camilloff me enviaba un «poney» de la Mandchuria, enjaezado de seda, y una tarjeta de visita con estas palabras escritas con lápiz bajo su nombre: «¡Salud! ¡El caballo es blando de boca

Escuchad lo que iba diciendo entre dientes el atildado notario de la calle de Verneuil: ¡Maldita aventura! ¡Que me lleve el diablo si sospechaba siquiera que le hubiese dado derechos a este animal de turco!... porque, ¡vaya si lo es!... Pero, ¿por qué no me habré puesto las gafas?... Parece que le he pegado un puñetazo en la nariz... , sin duda: su tarjeta está manchada de sangre, y mi mano lo está también.

Mañana saldrá para allá con toda la familia.... Es cosa hecha; allí tendrás una colocación muy regular.... Avisa a Castro.... ¡No más alegatos! ¡No más chismes ni pleitos! Ya dije a ese caballero que no entiendes jota del negocio, pero que aprenderás. ¡Buena persona! ¡Muy buena persona! Procura verle mañana, antes de medio día; le darás esta tarjeta... y... ¡listo! Ahora: ¡al comedor!...

Al acercarme al palenque, ya pude contar cuántos me habían precedido en la llegada y hasta saber quiénes eran: allí estaban sus caballos a modo de tarjeta de visita.

Palabra del Dia

mármor

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