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Actualizado: 7 de octubre de 2025


Maese Alfredo L'Ambert se dirige, completamente solo, hacia su carruaje, que le aguarda en el bulevar; y a la luz de un farol lee, encogiéndose de hombros, esta tarjeta de visita, salpicada de sangre: AYVAZ-BEY Calle de Granelle Saint-Germain, 100.

Y se las dio apuntadas con mucho primor en una tarjeta: acercóse también el tío Frasquito y suplicóle encarecidamente que, no bien muriese aquel infeliz, se lo avisase al punto por telégrafo; diole entonces su nombre y señas, y el importe del telegrama: una peseta.

Provisto de la tarjeta del prebendado, como de un salvoconducto para atravesar una región peligrosa, me arriesgué a ir de nuevo a visitar al salvaje de D. Sabino. Esta vez no tomé la vía del convento, sino que fui a llamar por la puerta que daba a la calle. Saliome a abrir la criada sorda, que al verme puso muy mala cara.

Vino entonces a colmar su satisfacción el director de cierta famosa revista, que con grandes reverencias y aspavientos, y presentándole una tarjeta en que el marqués de Butrón eficazmente le recomendaba, manifestó su deseo de publicar en la revista el retrato de la heroica condesa y algunos grabados de actualidad relativos al suceso que todo Madrid discutía.

No vuelvo de mi sorpresa. ¿Qué diablos quieren decir la carta de Funes, y luego la charla del médico? Confieso no entender una palabra de todo esto. He aquí las cosas. Hace cuatro horas, a las 7 de la mañana, recibo una tarjeta de Funes, que dice así: Estimado amigo: Si no tiene inconveniente, le ruego que pase esta noche por casa. Si tengo tiempo iré a verlo antes. Muy suyo Luis María Funes.

En algunas casas no le dan nada y se quedan con la tarjeta, que ya a él no le puede servir, puesto que ha estampado en ella el nombre del agraciado; pero en otras que le dan algo, en reconocimiento, sin duda, a su atención... Pasan por los pueblos o viven en ellos muchos personajes interesantes de los cuales los novelistas no se preocupan; hacen mal, evidentemente.

Siempre me dice, ya haciéndome ver el corte de su «jaquette», ya los pliegues de su corbata: «Esta es la última palabra de Gironi. Esta es la última palabra de Vassier...» Gironi es el sastre. Vassier el fabricante de corbatas. »Hoy tenemos más libros; pero esta vez vienen acompañados de una tarjeta como las que reparten los negociantes para difundir su dirección.

«Ya le he prometido al Sr. de Izquierdo dijo Guillermina , que se le procurará una colocación, y por de pronto ya le he dado mi tarjeta para que vaya a ver con ella a uno de los artistas de más fama, que está pintando ahora un magnífico Buen Ladrón. Vaya... quédese con Dios». Despidiose de ellas el futuro modelo con toda la urbanidad que en él era posible, y salieron.

A la mañana del siguiente día, dedicado a descansar del viaje, recibió Pérez la tarjeta de un tal «Jacinto Luque, redactor de El Correo de las Niñas». E hizo entrar al visitante...

En el locutorio preguntan por la señorita Carolina Galba. Don Juan Príncipe, nombre estampado en la tarjeta y en varias cartas y credenciales sometidas al Reverendo señor Crammer, se paseaba impaciente por el severo aposento designado oficialmente con el nombre de sala de recepción, y privadamente entre las alumnas con el de purgatorio.

Palabra del Dia

mármor

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