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Actualizado: 7 de julio de 2025
Ignacio Artegui, madame de Miranda, españoles declaró Artegui. Si el señor tuviese una tarjeta osó decir la hostelera. Artegui entregó el pedazo de cartulina, y la fondista se deshizo en cortesías y cumplimientos, cual si implorase perdón por aquella fórmula.
Abuela dije con expresión vencedora dándole la carta del cura, aquí tienes la respuesta que esperabas. La abuela se sujetó las gafas con cuidado, cogió la tarjeta, la leyó, la releyó, la meditó y dijo finalmente encogiéndose de hombros: El cura descarrila... y vosotras también. ¡Oh! abuela dije horriblemente alarmada, ¿niegas el permiso? No... haz lo que quieras.
El y los de su banda, que á las siete de la tarde creían indispensable el frac ó el smoking, eran á modo de una partida de indios implantando en París las costumbres violentas del desierto. El champañ resultaba en ellos un vino de pelea. Rompían y pagaban, pero sus generosidades iban seguidas casi siempre de una batalla. Nadie tenía como Julio la bofetada rápida y la tarjeta pronta.
La Esfinge tomó la tarjeta, púsola a conveniente luz, y clavó en el retrato la vista a través de sus anteojos, con una fijeza tan inalterable y dura, que Ángel hubiera jurado que le hacía daño en el pecho y que por eso latía su corazón tan desacompasadamente.
En esa tarjeta se hallaban juntos nuestros nombres, como en un parte nupcial; ¡estaba escrito! Tampoco entonces pensó con precisión que un día hubiéramos podido unirnos como estamos ahora; pero noté, sí, que nuestros nombres estaban en el mismo trozo de cartulina, que él era quien los había juntado, que me había llamado Su Gracia, y sentí que el corazón me latía con fuerza, con mucha fuerza...
¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Qué bueno es usted! Sus santas palabras me prestan valor. Yo me dominaré; yo me venceré. Sería bochornoso, ¿no es verdad que sería bochornoso que D. Luis supiera dominarse y vencerse, y yo fuera liviana y no me venciera? Que se vaya. Se va pasado mañana. Vaya bendito de Dios. Mire Vd. su tarjeta. Ayer estuvo a despedirse con su padre y no le he recibido. Ya no le veré más.
Alto, guapo... Ni viejo, ni joven. Así es afirmó Benina, asombrada de la coincidencia . ¿Pero no dejó tarjeta? No, porque se le había olvidado la cartera. ¿Y preguntó por mí? No. Sólo dijo que deseaba verme para un asunto de sumo interés. En ese caso, volverá. No muy pronto. Dijo que esta tarde tenía que irse a Guadalajara. Tú habrás oído hablar de ese viaje.
La verdad es que la conducta de Isabel era inexplicable; pero aquello no tenía la extraordinaria importancia que Villa le daba, mucho más cuando en la tarjeta nada se decía que pudiera alentar sus pretensiones. Conseguí ponerle de un humor delicioso, asegurándole que la condesita sólo se casaba por presión de la familia o por razones de conveniencia.
Dentro del sobrecito, que despedía perfume penetrante, había una tarjeta y algunas hojas de rosa. La tarjeta decía: «Isabel de Montalvo, condesa del Padul», con corona encima. Al respaldo se leía en letra diminuta, pero clara: «Lo prometido es deuda.» Volví a encerrarla en el sobre con las hojas y se la entregué, altamente sorprendido, a Villa.
Mire Vd., he compuesto este letrero y quería ponerlo con letras dorás de purpurina, en esta tarjeta de orla que ma costao dos riales. Bueno, pues... que me digan ustedes cómo lo hago y me dejen hacerlo en la máquina, o donde sea, luego que se marchen esos.
Palabra del Dia
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