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Botín rompió en dos pedazos el tubo de vidrio y lo arrojó al suelo con ira. «Todo ese furor es porque he ido a San Isidro sin tu permiso». Botín vacilaba. En su alma luchaban la ira y el asombro, o más bien la pasión que despertaba en él la traza chulesca de Isidora. Fuertes razones había sin duda para que venciera la cólera.

¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Qué bueno es usted! Sus santas palabras me prestan valor. Yo me dominaré; yo me venceré. Sería bochornoso, ¿no es verdad que sería bochornoso que D. Luis supiera dominarse y vencerse, y yo fuera liviana y no me venciera? Que se vaya. Se va pasado mañana. Vaya bendito de Dios. Mire Vd. su tarjeta. Ayer estuvo a despedirse con su padre y no le he recibido. Ya no le veré más.

Hay muchos peldaños desgastados y convierten á la escalera en un plano inclinado difícil de subir, pero apoyándome en las paredes, agarrándome á las asperezas, resbalando en el polvo para incorporarme después, acabé por llegar á lo más alto de la torre. La piedra es ancha y no había peligro alguno; sin embargo, apenas me atreví á dar algunos pasos, por temor de que me venciera el vértigo.

Persuadieron á Rocafort, los que trataban del concierto, que remitiese su justicia, y su derecho en lo que determinasen los doce consejeros del ejército, poniéndole delante los incovenientes grandes si el negocio llegaba á rompimiento; porque aunque se degollase todo el vando de Berenguer, no pudiera ser sin gran pérdida suya, y que después quedarian sin fuerzas para resistir tantos enemigos como por todas partes la cercaban; que no eran tiempos aquellos que por intereses particulares fuese reputacion el venir á las armas, de donde se podria seguir el perderla toda la nacion; que ganaria mas gloria en ceder el derecho que pretendia, que si venciera á Berenguer.

Su corazón latía violentamente y poco faltaba para que la angustia la venciera. La voz del intendente seguía gritando con la misma violencia; pero la condesa hablaba al mismo tiempo que él, y Marta sólo pudo oír sonidos mezclados y confusos, y palabras sin ningún sentido. Creyó entender, sin embargo, que hablaban de Elena, del viejo conde y de su herencia.

Además, su orgullo legítimo de mujer amante le inspiró el recelo de que si don Juan aceptase aquella paternidad, ya no sería ella misma quien venciera, sino el niño, y por último pensó también que como al fin y a la postre habría de descubrirse la mentira, sería fatal para ella que su ingenio de enamorada pudiese ser calificado como ambiciosa tramoya y conspiración de aventurera.

Sostengo añadió el joven rápidamente, como si quisiera no darse el tiempo de pensar en lo que decía, y para hablar se venciera a mismo: sostengo que esa mujer se sacrifica por amor, por celo sectario; que el asesino aprovecha de su sacrificio para asegurarse la impunidad. Digo que el asesino es él, que no puede ser otro que él... ; Vérod tenía que decir eso.