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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Y empujando al importuno hacia fuera, cerrole la portezuela en las narices. Pero súbitamente la abrió otra vez, y ceceando al empleado, que ya corría con no vista agilidad por la angosta plataforma de los estribos, gritole en voz sonora: ¡Psit... psit... eh!, que si hay por esos vagones algún señor de Miranda, avísele usted que aquí está su señora.
Había en aquel sencillo hábito, en aquella toquilla, en aquel escapulario azul, en aquella cruz de oro que pendía de vuestro cuello, una cosa que decía: «Ved que con lana y lino puede parecer una mujer mejor ataviada que otra con ropas, encajes y brocados.» Era, además, vuestra mirada ardiente, grave, fija; vuestra palabra, sonora; vuestro discurso, apasionado. Yo me enamoré de vos.
Había adelgazado mucho; su voz, aunque todavía sonora y dulce, tenía cierta melancólica expresión de decaimiento; con frecuencia se le veía, al menor ruido ó accidente de poca importancia, llevarse la mano al corazón, con una súbita rubicundez del rostro, seguida de palidez, indicio de dolor.
Y dirigiéndose a la puerta con gran satisfacción de Luisa, que no apartaba los ojos del cuervo que golpeaba los cristales con las alas, dijo alzando el cetro: Dos veces... Y salió. Hullin prorrumpió en una sonora carcajada.
Me va a recibir con risa. Va a soltar una sonora carcajada al ver mi inquietud. Es evidente... ella me ha enviado el libro para que yo acuda a la cita algunas horas antes... impaciente de verme... deseosa de que pasemos todo el día en amor y compaña. Fueron, no obstante, inútiles todos estos discursos del Vizconde. No consiguió tranquilizarse.
El duque se acercó á la reja, y con la voz siempre fingida dijo: ¿Sois vos Esperanza? Yo soy, caballero contestó de adentro una voz de mujer que, aunque fresca y sonora, no tenía nada de tímida ; ¿y vos sois quien me ha enviado un recado con el lacayo Rodríguez? Sí; sí, señora. ¿Y qué me habéis enviado? Un diamante que vale cien doblones. ¿Eso habrá sido por algo? Indudablemente. ¿Me conocéis?
Saltó, rugiendo de ira, pero ileso, el marinero; llegó hasta la agresora, y bañándola en sangre la cara con una sonora bofetada, la tendió en el suelo cuan larga era.
Entonces Azorín, que sabe que los músculos son los primeros en morir y que cuando ha muerto el corazón y han muerto los pulmones todavía los sentidos perciben en aterradora inmovilidad; entonces Azorín se ha inclinado sobre Verdú y ha pronunciado con voz lenta y sonora: ¡Maestro, maestro; si me oyes aún, yo te deseo la paz!
Atruenan el patio ligeros corceles, sus locas fanfárrias la trompa sonora une al argentino ladrar de lebreles en la cristalina quietud de la aurora. Los hierros del puente desatan sus nudos, invade los bosques alegres el coro: ellos, como heráldos de nobles escudos, ellas, como un vuelo de alondras de oro.
Y viéronse sus facciones de una regularidad perfecta; sus ojos eran atrevidos y penetrantes, un bigote negro y brillante sombreaba sus labios encarnados, y su poblada barba, que se dibujaba en dos arcos a lo largo de las mejillas, iba a detenerse en un mentón con un hoyuelo. Su color era pálido y mate. ¿Que quién soy? repitió con una voz llena y sonora , va usted a saberlo, digno alcalde.
Palabra del Dia
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