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Actualizado: 23 de mayo de 2025
¡Oh España, de sin par ejecutoria, que a tu cabeza unciste el Universo: del sol de tu poder radiante y terso hoy sólo queda pálida memoria! Más, ya hundida la torre de tu historia bajo las olas de un olvido adverso, aún repica sonora como el verso la campana gloriosa de tal gloria. En el templo ideal del alma humana es tu lenguaje esa inmortal campana; y es de su voz el eco soberano
Pero entonces yo era rico; entonces el pabellón de guerra de las anchas franjas y del león real, se izaba en el palo mayor cuando yo subía a bordo de mi fragata; entonces la inquisición no había puesto aún precio a mi cabeza... ¡entonces, no me llamaban el condenado! y más de una vez la mujer de algún grande de España me sonreía tiernamente cuando, en una bella tarde de estío, yo acompañaba con mi guzla su voz pura y sonora. ¡Vamos, valor, mi fiel Iscar, porque el pasado está lejos!
Fué catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Santo Tomás. Ocupó altos cargos administrativos. Colaboró en los principales periódicos de Manila, singularmente en el "Diario". Regresó de allá hacia 1898. Vive ahora en Alcalá de Henares. Dadme canoras aves la armonía que en cascada sonora surge del fondo de la selva umbría, cuando el naciente día fresco rocío en las campiñas llora.
Son altas, macizas, de tez sonrosada y ojos negros; la voz es dulce, sonora y hablan con un dejo musical muy característico: parece que recitan al piano. No presumen de bellas y lo son. En cambio se vanaglorian de cantar mejor que las de ningún otro pueblo de la provincia, y no es así.
Y pensaba: «Todos son personas decentes, todos saben lo que se debe a mi casa, y en cuestión de peccata minuta... allá los interesados». Y encogía los hombros. Este criterio ya lo aplicaba cuando vivían con ella sus hijas. Entonces seguía pensando: Buenas son mis nenas; si alguno se propasa, las conozco, me avisarán con una bofetada sonora... y lo demás... niñerías; mientras no avisan, niñerías.
Cuídese, gentleman dijo con ansiedad ; desconfíe de todos; piense que pueden echarle veneno en sus alimentos. No coma sin que antes haya probado su comida esa gentuza que le rodea. El gigante acogió con una risa sonora la última recomendación. Era innecesaria.
Parece que por fin el gitano se cansó de tantas injurias. Enderezó altivamente la cabeza, y dijo con voz sonora: Señor Pérez, ¡es usted poco caritativo! ¿Quién ha dicho mi nombre a ese miserable? preguntó el hombre, pálido, confuso y extrañado.
La expresión de asombro se trocó en dolorida, de tal modo, que María, al contemplar aquel rostro contraído y rebosando de aflicción, no pudo menos de soltar una carcajada sonora y fresca como las que en otro tiempo salían a cada instante de su boca y que poco a poco habían ido cesando, como si se hubiese apagado el foco de luz y alegría de donde se escapaban.
Primeramente, al abandonar su brazo, le soltó dos buenos pellizcos retorcidos, y luego, junto a la salida, una bofetada sonora: «Para que me molestes otra vez». Quiso el muchacho devolver en igual forma este saludo de despedida, pero al bajar la mano sólo encontró la puerta que se cerraba de golpe y casi le aplastó los dedos.
Y ellos, regocijados por la alegría de la vieja, reían como niños grandes, con una carcajada sonora que marcaba bajo la piel la fuerte osamenta de las mandíbulas y dejaba al descubierto el luminoso marfil de unas dentaduras envidiables. La vieja se levantó la falda para rebuscar en una bolsa de lienzo pendiente sobre las enaguas, donde guardaba el capital de su comercio.
Palabra del Dia
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