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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Castro, previniendo una próxima ruptura con su amante, preparaba una cama blanda a su reputación de seductor para que no sufriese desperfecto. Os enfadáis conmigo siguió porque llego tarde.... ¿Y León? ¿Dónde está León? León, aquí está profirió una voz sonora detrás.
Eso me fue suficiente para conocerte, ¡oh, gran Bavaria inflada y sonora!
Pero no fue así, porque, habiendo entreoído el Caballero del Bosque que hablaban cerca dél, sin pasar adelante en su lamentación, se puso en pie, y dijo con voz sonora y comedida: ¿Quién va allá? ¿Qué gente? ¿Es por ventura de la del número de los contentos, o la del de los afligidos? -De los afligidos -respondió don Quijote.
Aquí el catalán soltó una carcajada sonora y brutal que dejó avergonzado al buen D. Nemesio. Bueno, señor; si usted no cree en su eficacia, nada hay perdido. Quedó un poco amoscado y tardó algún tiempo en hablar; pero al cabo de algunos minutos no pudo contenerse y volvió a pegar la hebra asándonos a preguntas. A dónde íbamos, de dónde éramos, qué profesión teníamos, etc.
Melia quiso rehusar, pero, ¿cómo resistir a su dulce amigo? ¡Vivan los camaradas y los bravos hijos del capitán de El Gavilán! dijo Kernok después de haber bebido. ¡Hurra! contestó la tripulación en voz fuerte y sonora. La orgía había llegado a su apogeo.
Sígueme, vén, pues que el Señor, clemente, en el fuego de amor unirnos quiso, y el arduo monte, el mugidor torrente, el dulce valle y la sonora fuente serán nuestro encantado paraíso. Y anhelante calló. La contemplaba muriendo de ansiedad, y cual tesoro que de su amante corazon brotaba sangre del alma, largo resbalaba por sus mejillas pálidas el lloro.
La condesa se perdió por una pequeña puerta al fondo. La galería que acababa de atravesar era la de los Infantes; el lugar en que había entrado, era una galería densamente lóbrega, en la cual resonaban los pasos de la condesa de una manera sonora.
Osuna vaciló todavía un instante, echó una mirada de misericordia al inválido; pero viendo su rostro espantable, se resolvió al fin. Alzose sobre la punta de los pies y descargó una sonora bofetada en la mejilla del sacerdote. ¡Jesús! exclamó la huéspeda. ¡Eso es una iniquidad!
Una dulce melancolía penetraba en su alma al contacto de aquellos sitios donde tan feliz había sido. Le parecía que su dicha no había muerto, que aún estaba allí guardada esperándola. Vagamente soñaba con ver surgir del parque la gran figura atlética de su marido y escuchar su risa sonora. No era posible, no, que todo aquello hubiera muerto para siempre.
Su ancha silla no podía contener aquellos miembros voluminosos, repletos; un tronco obeso y prosaico, un vientre enorme, pantagruélico... y la risa rabelesiana, franca, sonora, que sacude todo el cuerpo. La cara ancha, sin barba, reposando sobre un cuello robusto, con una triple papada, la mirada viva y maliciosa, los ademanes sueltos y cómodos. ¡Qué espíritu, qué chispa!
Palabra del Dia
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