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Actualizado: 27 de junio de 2025


Precisamente el pobre Sr. Rufete está sufriendo ahora una crisis bastante peligrosa». La del ruso cruzó las manos, y miró al techo. «El señor facultativo está haciendo ahora la visita... Le hablaremos, veremos lo que dice. Si él consiente... Pero no lo consentirá. No conviene que usted vea a su señor padre ahora. Más tarde... Siéntese usted, tranquilícese.

El anciano salió sin saber lo que se hacía, como un hombre borracho. Erró por las calles hasta la noche. Hacia las diez sintió hambre. Montó en un coche y se hizo conducir al club. Estaba tan cambiado, que el señor de Sanglié casi no lo reconoció. ¿Qué mala hierba ha pisado usted? le preguntó el barón . Tiene usted la cara trastornada y parece que va a caerse. Siéntese y hablaremos.

La campesina avanzó silenciosamente por el sendero, y se aproximó a la viuda, que se había ido a sentar en un banco algo apartado, vuelto de espaldas al castillo. Siéntese a mi lado, Catalina le dijo , y hábleme despacio, pues el bosque puede ocultar espías. ¿Qué os pasa? Tenéis los ojos llorosos. , el corazón oprimido por el espanto.

Señaló á Cristián una silla al lado de su sillón y dijo en tono un poco autoritario: Siéntese usted. Celebro mucho hablarle; deseaba conocerle hace mucho tiempo. Algunos amigos míos me han hablado de usted con frecuencia. Su prometido... ¡No! El señor de Sorege no ha pronunciado jamás su nombre de usted. Y, sin embargo, que ha sido su amigo durante muchos años.

Usted que lo sabe todo, Maltranita, díganos qué ocurre en el buque». Y me tienen de pie ante ellas, para que no se borren del todo las distancias sociales, hasta que de pronto las hago reír o las cuento algo que las interesa vivamente, y entonces alguna, con repentina solicitud, me dice: «Pero siéntese usted, siéntese aquí y no sea zonzo». Y encoge las piernas para que me siente en el extremo de la silla larga, como un paje a los pies de la dama... La viuda de Moruzaga, que tiene millones y millones, gusta de hablarme a solas para que me entere de los encantos y virtudes de su esposo. ¡Pobre señora! ¡Una verdadera enamorada!

Así pasaron al comedor llevando á Flora en el medio. Una vez allí, se dibujó en los labios del ama de gobierno una sonrisa maliciosa y profirió dirigiéndose á Flora: Siéntese, señorita; siéntese frente á su padre. Flora se dejó caer en sus brazos ruborizada. ¡Oh, por Dios, no me hable usted así! Señorita y aldeana. Nolo había tenido tiempo á meditar su resolución.

Al cabo parándose delante de él le dijo: Siéntese usted, Tristanito, siéntese usted... Voy a hablarle... pero me permitirá que no me siente... No puedo; me encuentro alterado, completamente alterado. ¿Quiere usted una taza de tila? preguntó Tristán sonriendo interiormente de ofrecer tila a aquel monstruo. No, señor, muchas gracias; sólo le pido que me permita estar de pie y dar algunos paseos...

Sentáronse a comer; en cabecera el demandador, diciendo: «La Iglesia en mejor lugar; siéntese, padre». Echó la bendición mi tío y, como estaba hecho a santiguar espaldas, parecían más amagos de azotes que de cruces. Y los demás nos sentamos sin orden. No quiero decir lo que comimos; sólo que eran todas cosas para beber. Sorbióse el corchete tres de puro tinto.

Siéntese más que segura, muy valiente: está familiarizada con el mar, con las olas, y afirma que va á nadar: «quiere domar el marAmbición un tanto elevada. Primero vese postergada por su hijo, algo más listo y atrevido que su madre. Creyéndose sostenida, nada; en otro caso tiene miedo y se va al fondo. Ahora se resarcirá á fuerza de baños, pues hase enamorado del mar, lo adora.

No la gasto pa mujeres... Ni para hombres... Si creerá este fantasmón que nos va a acoquinar porque tiene esa fachada... Siéntese usted y no haga visajes, que eso servirá para asustar a chicos, pero no a . Además de bruto es usted un embustero, porque ni ha estado en Cartagena ni ese es el camino, y todo lo que cuenta de las revoluciones es gana de hablar.

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