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Actualizado: 27 de junio de 2025
El pecho delicado que respiraba dentro de una mala habitación y se encuentra repentinamente en el anchuroso cuarto del Universo, expuesto al sol y el viento, siéntese oprimido. El niño juega, va, viene, corre. La enferma se sienta, é inmóvil, comienza á temblar á impulsos de aquel aire frío, y acude á su memoria la templada atmósfera del abandonado nido.
Caballero, le dixo uno de los azules, los sugetos de su facha y su mérito nunca pagan. ¿No tiene vm. dos varas y seis dedos? Sí, señores, esa es mi estatura, dixo haciéndoles una cortesía. Vamos, caballero, siéntese vm. á la mesa, que no solo pagarémos, sino que no consentirémos que un hombre como vm. ande sin dinero; que entre gente honrada nos hemos de socorrer unos á otros.
«Siéntese, Sr. D. José, y no se excite tanto. Hay que llevar estas cosas con paciencia». ¡Con paciencia, con paciencia! exclamó Ido, que en su estado eléctrico repetía siempre la última frase que se le decía, como si la mascase, a pesar de no tener muelas. Sí, hombre; estos tragos no hay más remedio que irlos pasando. Amargan un poco; pero al fin el hombre, como dijo el otro, se va jaciendo.
Ustedes matan a algunos hombres; pero le dan de vivir a muchos más. Siéntese usted y dígame en qué puedo serle útil. ¿Quiere usted, quizá, que le recomiende algunos amigos? Lo haré con mucho gusto... Mi visitante se dejó caer en una butaca. Yo venía en busca de un intelectual exclamó y usted niega serlo. Esto me contraría considerablemente. Necesito un intelectual a todo trance...
El alto y grueso parecía un poco turbado; el otro, sonriendo con una sonrisa insinuante, me dijo en castellano, con acento andaluz: ¿Podría usted escucharnos media hora? Sí, señor, con mucho gusto. Hagan el favor de sentarse. ¡Gracias! contestó el bajito, y añadió en inglés, dirigiéndose a su compañero : Siéntese usted, Smiles. Se sentron los dos. ¿No es usted español? le pregunté al moreno.
Aquella noche me llamó junto a ella y como si estando ya definida tan concretamente su situación, le fuera dado en adelante manifestar con toda franqueza los afectos secundarios, me dijo: Tenemos que hablar, siéntese usted a mi lado. Hace ya mucho tiempo que apenas le veo.
Siéntese usted un momento, que le voy a hacer otra pregunta. ¡Ave María Purísima!... ¿con qué caballero? Con aquel que se murió de repente... Cállese, cállese o le pego... No, si yo no lo creo ya. Lo creía; pero como fue la indecente de Aurora quien me lo dijo, ya dejé de creerlo... sólo que tenía un poquito de duda. Aquí donde usted me ve, yo, al lado de ella, soy un ángel.
El que la crítica ha llamado «El maestro de la rosa» afecta una gran nobleza de actitudes. Cuando habla, siéntese uno conquistado al instante. ¡Tan dulce y cantarina es su voz...! A la entrada del gran jefe todas las discípulas abandonan su tarea y permanecen de pie.
Impresionó penosamente a la compasiva Jacinta aquella estampa de miseria en traje de persona decente, y más lástima tuvo cuando le vio saludar con urbanidad y sin encogimiento, como hombre muy hecho al trato social. «Hola, Sr. de Ido... ¡cuánto gusto de verle! le dijo Santa Cruz con fingida seriedad . Siéntese, y dígame qué le trae por aquí». Con permiso... ¿Quiere usted Mujeres célebres?
Paz con asombro, Salomé con asombro, todos con asombro, y él mismo llegó á creer que era un fantasma evocado, el temeroso espectro del sobrino de Coletilla. Salomé le indicó una silla con el dedo en que tenía las sortijas, y Paz le dijo con el registro de voz más desdeñoso y augusto: Siéntese usted, caballerito.
Palabra del Dia
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