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Actualizado: 27 de junio de 2025
La Reina le tendió la mano y le dijo con bondad: »Siéntese, Carlos. »Se inclinó cortésmente y permaneció de pie, continuando mirándome, con el más profundo silencio. Yo me despedí de SS. MM. y me retiré de su presencia; poco después llegué a mi casa en un estado difícil de explicar.
Che, Maltrana; venga para acá, galleguito simpático... Tome uno de hoja. Y le entregó un cigarro enorme, al mismo tiempo que añadía en voz baja: Siéntese, amigo, y conversemos... Diga qué le pareció esta fiesta de los gringos. ¡Qué pavada! ¿no?... Ojeda salió a la cubierta.
Torquemada le miró sin contestar al saludo y pensaba así: «El pobre está más tísico que la Traviatta. ¡Lástima de muchacho! Tan buen pintor y tan mala cabeza... ¡Habría podido ganar tanto dinero!». Ya ve usted, D. Francisco, cómo estoy... con este catarrazo que no me quiere dejar. Siéntese.... ¡Cuanto le agradezco su bondad!
Cecilia entonces arrastró al Duque con fuerza hacia uno de los divanes, y le dijo: Siéntese usted. El magnate la miró demudado, y preguntó: ¿Para qué? ¡Siéntese usted, le digo! pronunció con rabia la joven, y al mismo tiempo, poniéndole las manos sobre los hombros, le empujó hacia abajo. El Duque se sentó al fin.
Hacía crujir una uña entre sus dientes con enérgica expresión negativa, y luego iba devolviendo sus preguntas al recién llegado, cuya vida ignoraba más allá de sus aficiones al toreo. ¿Y la familia de usté, güena también?... Vaya, me alegro. Siéntese y tome argo.
Poco después se acercó el comandante y me dijo risueño: Vaya usted con Isabel, que desea hablarle. Me apresuré a cumplimentar la orden de la dama, quien me acogió con extremada amabilidad. Siéntese aquí, que tengo mucho que hablar con usted... Ya sé que está usted enamorado... ¡Ese Villa! exclamé con enojo. No se enfade con él, porque su indiscreción quizá redunde en beneficio de usted.
«Siéntese usted... murmuró acercando un sillón . ¿Quiere usted que le traiga un vaso de agua?». Isidora no decía nada. Sus ojos, aterrados, se clavaron en el busto de yeso.
Me ofreció una mano lánguida y me dijo: Buenos días, hija mía; siéntese un instante y deme noticias de su padre. ¿Está mejor? ¿Vendrá a comer esta tarde? Dígale usted que quiero absolutamente verlo... Necesito su filosofía para restaurar la mía, que está muy decaída... Tengo contrariedades que me asesinan. ¿Ha visto usted mi retrato?
Al fin concluyó el abogado con lo que estaba escribiendo, soltó la pluma, levantó la cabeza y al reconocer al joven, su fisonomía se iluminó y le dió la mano afectuosamente. ¡Adios, joven! pero siéntese usted, dispense... no sabía que era usted. ¿Y su tío? Isagani se animó y creyó que su asunto iría bien. Contóle brevemente lo que pasaba estudiando bien el efecto que hacían sus palabras.
Siéntese me dijo la anciana señorita, tomando un lugar en el canapé; siéntese, primo, pues aunque en realidad no seamos parientes, ni podamos serlo, pues que Juana de Porhoet y Hugo de Champcey cometieron, sea dicho entre nosotros, la tontería de no tener un vástago, me será agradable, si me lo permite usted, tratarle de primo, en la conversación particular, á fin de engañar por un instante el sentimiento doloroso de mi soledad en este mundo.
Palabra del Dia
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