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Actualizado: 28 de junio de 2025
Y cuando la señora calló, aniquilada, él prorrumpió en amarga lamentación contra la suerte negra que le acompañaba en la vida: de niño, torturado por la severidad exagerada del padre; de joven, castigado por la pérdida de la mujer y de su fortuna, y ahora, de viejo, obligado a abandonar la última ilusión que le quedaba y le sostenía: ¡su hijo!
El rey D. Felipe II, á pesar de su severidad en otras cosas, no fijó su atención, por más de un decenio, en estos desórdenes, ni publicó ley ni orden alguna que aludiese sólo á ellos . Pero en el otoño de 1597 excito su interés de nuevo este punto.
Acercóse á la puerta, que como de costumbre en el campo estaba abierta, y manifestó su presencia con el saludo tradicional, exclamando en alta voz: ¡Ave María Purísima! Sin pecado concebida respondió desde arriba Felicia bajando acto continuo. Al encontrarse enfrente de la dama fué grande su sorpresa. ¿Me conoce usted? preguntó D.ª Beatriz con lacónica severidad.
El santo varón quiso revestir su fisonomía y su persona de las apariencias de severidad y estoicismo que tan propias eran del momento, y aunque la proximidad y el aullido de los asesinos hicieron palpitar de temor su corazón fuerte, se sobrepuso a la angustia del momento y avanzó con paso seguro por la galería.
Era hombre en apariencia joven todavía, aunque había ya cumplido los cuarenta años; bastante alto; la tez morena, la fisonomía agradable, palabra grave y andar lento, con cierta dejadez, y en todo su aspecto cierta severidad elegante. Vestía blusa y llevaba polainas al estilo de los campesinos cazadores. Su rica escopeta, tan sólo, revelaba al hombre acomodado.
Sin duda ha estado usted enfermo, porque hace quince días que no sabemos de usted. Dispénseme usted, señorita, pero no he estado enfermo. ¡Ah! exclamó Clementina con severidad amenazadora. Entonces habrá usted estado ausente. No, señorita; he estado en Montretout.... ¿Tan cerca?, dijo expresando una áspera ironía. Entonces, ¿qué le ha impedido á usted venir?
El alcalde examina sus notas con aire grave. ¡Ah, desgracia! ¿por qué su rostro se llena de severidad? ¿Qué significa esto, señor Durand? interroga el señor Aubry. Hace quince días que no se le ve a usted en la escuela. ¿Por qué eso, eh? Juan baja la cabeza y con voz lastimera contesta: Es porque mamá estaba enferma y después se ha muerto. ¿Muerto? Sí. La llevaron hace tres días...
La conversación no se interrumpió por la llegada de nuestro joven, quien se puso a escuchar con poca curiosidad. Se hablaba de toros; no hay para qué decirlo: se discutía la mayor o menor severidad e inteligencia de las plazas de Madrid y de Sevilla. Uno de los jovencitos sostenía que en Madrid se juzgaba con más severidad y competencia.
¿Y son estas las novelas que usted lee? dijo con severidad Amparo, que había ojeado uno de mis libros. ¡Oh! esta novela en ninguna parte está mejor que en el fuego. Y arrojó el libro a la chimenea. Era un tomo del Baroncito de Faublas. Sólo había tenido tiempo de leer algunas líneas Amparo, y se había puesto encendida como una guinda.
Pero creo haberte dicho lo bastante, linda muchacha. Cuida de obedecerme puntualmente y recuerda que nadie ha de saber que el Rey ha estado aquí. Hablé con alguna severidad, porque nunca está de más infundir cierto grado de temor a las mujeres que nos quieren; y al propio tiempo, suavicé la severidad de mis palabras, haciéndole un valioso presente.
Palabra del Dia
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