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Actualizado: 28 de junio de 2025


Al verle, dejó el libro, se puso ceremoniosamente de pie, y miró al rey con severidad. Veo que aún estás enojada, Margarita dijo el rey. En efecto, señor contestó la reina ; tengo un profundo disgusto. ¡Por tu queridísima doña Clara! Me he propuesto no volver á hablar más á vuestra majestad de este asunto.

No deje Vd. de ir, compañero; esa señora es una potencia. Con lo cual a la hora marcada se presentó en casa de la Condesa, que le recibió en un espacioso gabinete seriamente alhajado donde a vueltas de mucha severidad había detalles que acusaban a la mujer elegante.

Era el muchacho el más guapo adolescente que puede soñar la fantasía; y si de chiquitín se parecía al Amor antiguo, la prolongación de líneas que distingue a la pubertad de la infancia le daba ahora semejanza notable con los arcángeles y ángeles viajeros de los grabados bíblicos, que unen a la lindeza femenina y a los rizados bucles asomos de graciosa severidad varonil.

Pero en esta procesión todo era severidad, a la vez que lujo y grandeza. La aristocracia no dió cabida nunca a las lloronas, dejando ese adorno para la popular procesión de los mercedarios.

Ya verás cómo su severidad habitual envolverá en su sombra toda nuestra alegría, mientras que si los dos nos encontrásemos solos, ¡cuántas cosas nos diríamos! y ¡ cuánto callaríamosPero con tu padre nunca tendremos libertad; habremos de callar, cuando queramos hablar y habremos de hablar cuando más deseos tengamos de callar.

Jacinta la siguió al gabinete próximo, y allí estuvieron las dos de cháchara por espacio de una hora larga. Guillermina decía: «Paciencia, hija, paciencia, y todo se arreglará; yo te lo prometo». Ya cerca de las doce entró Juan, y su mujer le miró con severidad sin decirle nada... «Es que te voy a aborrecer pensó , como no te enmiendes.

Pero la guerra ha venido a confirmarla; cuando se vió lo que yo he visto, siéntese uno incapaz de severidad, si no es para consigo mismo. Aunque hubiera sabido quién era usted, no habría dejado de venir. LEONIE. ¡Es usted demasiado bueno, caballero...! Me consuela lo mejor que puede. Si yo lo hubiera sabido, jamás me hubiera atrevido a escribirle...

Esta mirada dio por resultado además el que tropezase con un guardia municipal, que me preguntó con severidad dónde tenía los ojos; yo, lleno de respeto y sumisión hacia el poder ejecutivo, le contesté, procurando ablandar su corazón con una sonrisa: Donde usted guste.

Eso : tenía el genio fuerte y no consentía la más pequeña falta; pero su mucho rigor nos obligaba a quererle más, porque el capitán que se hace temer por severo, si a la severidad acompaña la justicia, infunde respeto, y, por último, se conquista el cariño de la gente. También puede decirse que otro más caballero y más generoso que D. Dionisio Alcalá Galiano no ha nacido en el mundo.

Y no sólo me divierto, sino que, ¿por qué no he de confesártelo? me siento como nunca me sentí en Madrid, perdidamente enamorado de una mujer. Pero ¡qué mujer, chico! Es un encanto, un prodigio de bonita. Y no decir si por desgracia o por fortuna, de la más pasmosa severidad de costumbres. La llaman el Sol de Tarifa, porque de aquella ciudad salió ella como el sol por oriente.

Palabra del Dia

rigoleto

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