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De la blancura incierta de algunas camisas, rígidas y acartonadas por el líquido seco, emergían ubres como harapos, adaptando su arrugada flacidez a las bocas lloronas de los pequeños. Otras madres, con el hijo en las rodillas, desenvolvían tranquilamente sus fajas y pañales, dando a la luz los olvidos hediondos de la inconsciencia infantil.

Pero en esta procesión todo era severidad, a la vez que lujo y grandeza. La aristocracia no dió cabida nunca a las lloronas, dejando ese adorno para la popular procesión de los mercedarios.

Y en el españolismo añadió el general en tono de ironía . Y la señorita ilustrada, nutrida de novelas y de poesías lloronas, se unió con aquel gran bribón, casado ya dos veces, como después lo supimos.

Dice así, al pie de la letra, el artículo 12 del bando: «El uso de las lloronas o plañidoras, tan opuesto a las máximas de nuestra religión como contrario a las leyes, queda perpetuamente proscrito y abolido, imponiéndose a las contraventoras la pena de un mes de servicio en un hospital, casa de misericordia o panadería». Parece que este bando fué como tantos otros, letra muerta.

Ir de paseo al cementerio el día de finados por ver y hacerse ver, por aquello de ¿adónde vas Vicente?, a donde va toda la gente como se va a la plaza de toros, por novelería y por matar tiempo, es cometer el más repugnante y estúpido de los sacrilegios. Dejo en paz a los difuntos y vuelvo a las lloronas.

Es muy estraño que con un carácter tan apacible, tuviesen los Moxos algunos usos que deben reputarse de sumamente bárbaros. So pretesto de que los animales tan solo daban á luz muchos hijos á la vez, mataban á los gemelos. Habia madres que enterraban vivas á las criaturas porque nacian débiles, porque eran lloronas, y muchas veces solamente por no tener el trabajo de criarlas.

¿Por qué el señor de Sorege tiene tanta repugnancia en hablar de esas aventuras y del que fué su protagonista?... Nunca he podido sacar de él mas que respuestas vagas y lloronas sobre este asunto. Pero, señorita Maud, ¿por qué esa curiosidad? ¡Ah!

En España dábanlas el nombre de plañidoras; pero en estos reinos del Perú se les bautizó con el de doloridas o lloronas.

29 Y allí el gaucho inteligente, en cuanto el potro enriendó, los cueros le acomodó y se le sentó en seguida, que el hombre muestra en la vida la astucia que Dios le dio. 30 Y en las playas corcoviando pedazos se hacía el sotreta mientras él por las paletas le jugaba las lloronas, y al ruido de las caronas salía haciendo gambetas. 31 ¡Ah, tiempos!... ¡Si era un orgullo ver jinetear un paisano!

¡Ay, ay! ¡Tan honrado y buen cristiano! y el difunto había sido, por sus picardías y por lo encallecida que traía la conciencia, digno de morir en alto puesto, es decir, en la horca. Y por este tono eran las jeremiadas. No concluía aquí la misión de las lloronas. Quedaba aún el rabo por desollar; esto es, la ceremonia de recibir el duelo en casa del difunto durante treinta noches.