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Actualizado: 23 de julio de 2025
La huerta estremecíase de orgullo viendo cómo se perdía aquella riqueza y los herederos de don Salvador se hacían la «santísima». Era un placer nuevo é intenso. Alguna vez se habían de imponer los pobres y quedar los ricos debajo.
Indecisa se mostraba la victoria, y es fama que entre la densa nube de humo, y en el punto más formidable de la batalla, apareció un resplandor de gloria sobre la armada de la Liga, y en medio de él la Santísima Virgen del Rosario, a la que acompañaban legiones de arcángeles, que con sus espadas de fuego descendían y se metían en la pelea; milagro que la fe no repugna, pero que bien pudo ser visión de algún soldado devoto que luego lo contó y creyéronlo; que no señales de muerte por fuego del cielo tenían los turcos que muertos se hallaron en las galeras enemigas apresadas, sino de pelota de arcabuz, o de lombarda, y corte de espada, y golpe de pica, y astillazos y aplastamientos, por las entenas y jarcias que la artillería cortaba; y entre este pavoroso estrago, entre este humo, entre este fuego, y poco antes de que la victoria se declarase por los cristianos, un arcabuzazo alcanzó a Cervantes en la mano izquierda, y deshízosela, y otros dos le atravesaron el pecho, dejando en su persona las honrosas señales por las que, acometido por la malevolencia, dijo muchos años más adelante, cuando le injurió aquel Avellaneda, temerario continuador de Don Quijote: «Lo que no he podido dejar de sentir, es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan verlos venideros.
Sí, hombre, ya lo sé; y aquel gran timo que usted nos dio está olvidado... ¡Pues si viera usted qué guapo está el Pituso! ¿De veras? ¡Ay!, ¡probe piojín de mis entrañas! Sí; se cría perfectamente. Y es tan listo y tan travieso que tiene alborotado todo el asilo. ¡Ay!, cómo se le conoce la santísima sangre de su madre, que revolvía medio mundo. Si tenía aquel chico un talento macho... vamos que...
Apartar no podía del pensamiento la consternación de su señora infeliz, cuando viera que pasaban horas, horas... y la Nina sin parecer. ¡Jesús, Virgen Santísima! ¿Qué iba a pasar en aquella casa? Cuando no se hunde el mundo por sucesos tales, seguro es que no se hundirá jamás... Más allá de las Caballerizas trató nuevamente de enternecer con razones y lamentos el corazón de sus guardianes.
Encima de las cajas a medio abrir; sobre la meseta de mármol de la chimenea, construida frente a la puerta; en el zócalo de la artística embocadura con que se había sustituido el tabique divisorio de la alcoba, y arrimadas a los ángulos de la habitación, había piezas desarrolladas de rico papel imitando tapicería, y relucían adornos de metal y baquetones dorados... ¡María Santísima, las exclamaciones que hizo Mari Pepa al verlo, pensando que aquello valía una riqueza, sin contar lo mucho que le gustaba!
Algunos dexan correr estas relaciones, porque dicen son piadosas, aunque en parte sean falsas. Mas yo quisiera que se descartaran quando no están bien averiguadas, porque nuestra santísima Religion es la misma verdad, y no necesita de falsas preocupaciones para autorizar su creencia. De esto hablarémos mas adelante.
Ni faltaba tampoco el caballero obligado de buena sombra, que dice gracias en voz alta y anda de grupo en grupo «quedándose con todo María Santísima». Era hombre de cincuenta años, poco más o menos, de mediana estatura, color cetrino, ojos saltones y bigote teñido, con las puntas engomadas. Se llamaba D. Acisclo. Un gran humorista.
Según éstos, ya interpretadas sus palabras con exactitud, ya heréticamente exageradas o torcidas, en el mundo de los espíritus ha habido, hay y habrá tres reinados: algo a modo de turno pacífico para las tres personas de la Santísima Trinidad.
ISIDORA. ¡Una hora! =(Con pena.)= Sesenta minutos me separan de la presencia de ese bruto. No le puedo apartar de mi imaginación. Es una pesadilla que me atormenta noche y día. ¡Cuándo despertaré de ese hombre!... Me parece que le veo entrar esta noche como todas. «Buenas noches» , buenas noches. «¿Dónde has estado? Tú has salido...». Aquí de mi talento para inventar cosas. Yo no he gustado nunca de decir mentiras; pero desde que vivo con él me he adiestrado de tal modo en ellas, que las suelto sin pensar; se me ha desarrollado un talento para mentir... Pues te diré. Entra él; como entienda que he salido sin su permiso. ¡María Santísima!
¡Era la madre de los pobres! ¡Nunca hubo puerta de más caridad! ¡Dios nuestro Señor la llamó para sí y la tiene en el Cielo al lado de la Virgen Santísima! ¡Era la madre de los pobres! La cocina, en la casona de Flavia-Longa. Don Rosendo, Don Mauro y Don Gonzalito, se desayunan con migas y buen vino, al amor de la lumbre.
Palabra del Dia
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