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Ahora medito, y después de meditar, saco en claro: que siendo la Dorotea amante vendida del duque de Lerma, debe de haber andado en la venta don Rodrigo Calderón; que siendo don Rodrigo Calderón lo que es, puede haber habido algo que no gustaría al duque de Lerma si lo supiese, porque el buen señor es muy vanidoso, muy creído de que lo merece todo, á pesar de sus años y de sus afeites; que habiendo habido algo entre vuestra hija y don Rodrigo, vuestra hija habrá tenido celos, y no habrá encontrado otra mejor que la reina para justificarlo; de modo que un ministro tonto, un rufián dorado, una mujerzuela semi-pública y un padre ó amante, ó pariente tal como vos, que tratándose de Dorotea no sois ya un loco á sueldo, sino un loco de veras, son ó pueden ser la causa de la deshonra de una noble y digna y casi santa mujer que ha tenido la desgracia de ser reina de España, cuando el rey de España es Felipe III.

Aun cuando, reflexionando con espíritu más sereno, no podía comprender la posición exacta que ocupaba este joven rufián que se llamaba Herberto Hales, o el significado verdadero de sus ominosas palabras finales de franco desafío, había conseguido, por lo pronto, arrebatar a mi amada de las garras de ese impudente, descorazonado y arrogante bruto y explotador, pero no me atrevía a prever por cuánto tiempo sería.

Era peligroso seguir allí y hundí otra vez las espuelas en los ijares de mi caballo, a la vez que clavaba mi espada en el pecho del rufián que tenía delante. La bala de su revólver me rozó una oreja; tiré de la espada, pero no pudiendo arrancársela del cuerpo la solté y salí a escape en seguimiento de Sarto, a quien divisé en aquel momento a unas veinte varas de distancia.

En El rufián Castrucho encontramos los personajes de un rufián disoluto y de una astuta alcahueta, así como tipos de la licenciosa soldadesca española, delineados con vigorosos y muy verdaderos contornos, juntamente con una intriga tan ingeniosa como divertida. En El anzuelo de Fenisa, comedia resucitada en nuestros tiempos, obsérvanse también cuadros análogos, aunque más delicados.

La Reina Juana de Nápoles es la mujer varonil, ebria de placer y crueldad, que traspasa todos los diques impuestos á su sexo; en El Anzuelo de Fenisa y en El Arenal de Sevilla, son las protagonistas cortesanas vulgares. En El Rufián Castrucho y en El Caballero de Olmedo observamos dos astutas alcahuetas, cuyos tipos son de verdad maravillosa.

El señor gobernador comenzó a echar sapos y culebras por la boca, lo mismo que cualquier rufián de callejuelas, y volviendo y revolviendo los papeles, vino a topar con el paquete de las veinticinco cartas. Su gozo fue entonces inmenso: tenía ya asegurada la venganza.

En el asiento de enfrente, un rufián con sombrero de copa un poco ladeado y largas patillas postizas, parecía parodiar a cierto prócer famoso que en aquel tiempo hacía gran papel en las filas alfonsinas .

Llegamos á los desvanes; bajad la cabeza, hay cinco escalones. Poco después añadió el bufón: Abrid la linterna. Voy á llevaros á la cámara de la reina. Vamos, hermano, vamos, y que Dios nos tome en cuenta esta aventura gatuna, y el no haberla dado buena de esa infame adúltera y de ese rufián asesino.

Sus personajes todos, Celestina, Sempronio y Parmeno, Elicia, Areusa y el admirable rufián fanfarrón Centurio, están pintados de mano maestra y hacen y dicen lo que deben.

No. Cada vez que recordaba las amenazas y menosprecios de ese joven rufián, su arrogancia y su estallido final de pasión criminal, que tan cerca había estado de terminar con la vida de mi bien amada, mi sangre hervía de ira y se encendía mi cólera. El bribón había escapado, pero dentro de mi ser juraba que no quedaría impune.