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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Á los pies de usted, condesa. ¿Cómo está usted, conde? Los condes respondieron con algún embarazo al saludo de nuestro héroe, que no era otro el joven rubio que venía de Vegalora preguntando por los señores. No procedía solamente este embarazo de la escena violenta que acabamos de presenciar, sino también de que los condes no tenían el gusto de conocer al señorito Octavio.

Y la señora de López Moreno enarbolaba el suyo robustísimo, con gesto horrible de amenaza. ¡Pero si don Carlos es muy alto, moreno, con barba negra!... Yo le conocí en Vevey... Pues vendría disfrazado; no es tan difícil teñirse la barba de rubio. Pero es imposible, teniendo dos metros de largo, encogerse hasta tener la mitad.

Allí viene un cuerpo enjuto, una cara que no deja ver sino un bigote rubio, una perilla y un par de anteojos... Es un hombre que ha hecho soñar a todas las mujeres americanas con unas cuantas cuartetas vibrantes como la queja de Safo... es Rafael Pombo, y Camacho Roldán y Zapata, Manuel A. Caro y Silva, Carrasquilla y Marroquín, Salgar y Trujillo, Esguerra y Escobar... todo cuanto la ciudad encierra de ilustraciones en la política, las letras y las armas.

A su lado un niño pobre, rubio, pálido y delgado, de seis años, sentado en el suelo junto a la falda de su madre cubierta de harapos, cantaba sin pestañear, fijos los ojos en la Dolorosa del altar portátil; cantaba, y de repente, por no se sabe qué asociación de ideas, calló, volvió el rostro a su madre y dijo: ¡Madre, dame pan!

Vimos que a todo escape se nos acercó un General, seguido de gran número de oficiales. Era el marqués de Coupigny, alto, fuerte, rubio, colorado de suyo, y en aquella ocasión encendido, como si toda su cara despidiera fuego. Era Coupigny hombre de pocas palabras; pero suplía su escasez oratoria con la llama de su mirar, que era por una proclama.

Era alta, esbelta, el pelo rubio muy claro, los ojos grandes de un azul muy oscuro y, a pesar de las lágrimas que los bañaban enrojeciéndole los párpados y desbordándose por las mejillas, de mirar inteligente, llenos de viveza pero serenos, dulces, como incapaces de expresar nunca sentimiento que no naciese de amor o de ternura. ¡Luis de mi alma! dijo entre sollozos.

JULIAN DE ALMENDARIZ no reusa, Puesto que llegó tarde, en dar socorro Al rubio Delio con su ilustre musa. Por las rucias que peino, que me corro De ver que las comedias endiabladas Por divinas se pongan en el corro. Y á pesar de las limpias y atildadas Del comico mejor de nuestra Esperia Quieren ser conocidas y pagadas.

Llamó con los dedos en los cristales. Diga usted, Juan, ¿esta tarde ha venido algún caballero a verme? El portero vaciló un momento sin acordarse, pero su mujer respondió en voz alta: , hombre, ¿no te acuerdas de un señorito joven que preguntó por los señores de Aldama? ¡Ah! , un señorito alto, grueso, de pelo rubio. Le dije que no estaba el señorito. Me contestó que era igual y subió...

Oigan ustedes a don Lucas Mentirola. Ese viene siempre de donde sucede algo. ¿Ha habido fuego? Vengo de allí. Hace estragos horrorosos. ¿Ha llegado el tenor nuevo? responde, le acabo de dar un abrazo: viene gordo, y su voz es un portento; le hice entrar en un portal y cantar un rato... por lo hizo. Es un gran muchachón: rubio, alto, ¡extranjero!

La fatiga del paseo y de la escalera le duraba aún cuando vio entrar al más simpático de los doctores, Moreno Rubio, despidiendo tufo de alegría, como un preservativo contra las tristezas de la medicina. Médico de gran saber y aplicación, había alcanzado mucha fama y tenía una clientela brillantísima.

Palabra del Dia

hociquea

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