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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Tras ellos se agrupaban muchos ballesteros de La Nuit y del Brabante, que observaban con interés el ejercicio á que se entregaban sus aliados ingleses. ¡Bravo, Gerardo! dijo el viejo Yonson á un mocetón de ojos azules y rubio cabello que con labios entreabiertos y fija mirada, seguía la dirección de la flecha que acababa de lanzar.

Vea usted estos rizos de mi Arturín que se me murió a los tres años. Delicioso tono. Es oro puro... ¿Y este rubio claro? ¡Ah!, la cabellera de Joaquín. Se la cortamos a los diez años. ¡Qué lástima! Parecía una pintura. Fue un dolor meter la tijera en aquella cabeza incomparable... pero el médico no quiso transigir.

También la literatura manifestó siempre tendencias bastante pronunciadas en este sentido, y es cosa proverbial, sobre todo en las provincias, que nuestros literatos no se lavan sino cuando llueve: hay hortera a quien se le saltan las lágrimas de entusiasmo contando alguna gran asquerosidad de Carlos Rubio, o la manera de vivir de Marcos Zapata, por más que respecto a este último, como amigo suyo que soy, puedo declarar que hay exageración.

El pelo era rubio, lustroso, ondeado, y lo llevaba esmeradamente partido por el medio, dejando caer dos bucles primorosos sobre la frente. La barba rubia también, rizosa, larga, y la llevaba igualmente partida por la mitad.

El portero le examinó, con mucha calma, de pies a cabeza, con una mirada indiferente e insolente a la vez, y, tras un corto silencio, dijo: Anteayer vino también uno de ustedes... Uno rubio, con grandes bigotes. ¿Le conoce usted? ¿No he de conocerle?... Rubísimo. Hay muchos como usted... que recorren las calles... ¡Escuche! protestó Krilov . Todo eso me tiene sin cuidado. Sólo vengo...

Tiene el pelo muy rubio, que le cae en rizos por la espalda, como en la lámina de los Hijos del Rey Eduardo, que el pícaro Gloucester hizo matar en la Torre de Londres, para hacerse él rey. A Bebé lo visten como al duquecito Fauntleroy, el que no tenía vergüenza de que lo vieran conversando en la calle con los niños pobres.

Tenía, como su hermano, tez de linfática blancura, encubriendo el afeite las muchas pecas: los ojos no grandes, pero garzos y expresivos, y rubio el cabello, que peinaba con arte.

Lo que tiene usted es mucho mimo. Es como los chiquillos. «¡Ya lo creo; soy como los chiquillospensaba el infeliz caballero. Moreno Rubio lo ha dicho y tiene razón: usted tiene en su mano su salud y su vida. Si las pierde es porque quiere. Parece mentira que un hombre de su edad no sepa ponerse a las órdenes de la razón. «¡La razón!

Hombre tan serio como Palomino habla de un religioso de una santa cartuja a quien hubieron de quitar de la celda una imagen de María Santísima, de suma perfección, porque su mucha hermosura le provocaba a deshonestidad; y el P. Interian de Ayala exclama indignado: «Porque ¿a qué viene el pintar a la Virgen, maestra y dechado de todas las vírgenes, descubierta la cabeza? ¿A qué el cabello rubio esparcido y tendido por el blanco cuello? ¿A qué sin tapar decentemente aquellos pechos que mamó el Criador del mundo? ¿A qué, finalmente el pintar sus pies o totalmente desnudos o cubiertos con poca decencia?» . De modo que hasta la Concepción de Murillo, acaso la expresión más poética del arte católico, vino a ser sospechosa.

Una tarde, cuando va llevaba más de un mes de estos saludos, le preguntó Pepe Castro: Oyes: ¿ha dejado de seguirte ya aquel chiquillo rubio de marras? Clementina sintió un estremecimiento raro: se puso levemente colorada sin saber ella misma por qué. ... hace ya lo menos un mes que no le he visto. ¿Por qué mentía?

Palabra del Dia

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