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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Jugueteaban las manos de Mina en sus cabellos lacios, de un rubio blancuzco, pero distraídamente, con un descuido de madre preocupada, sin que ojos descendiesen hasta él. Miraba a Fernando con una franqueza varonil, cual si fuese un camarada, sonriendo a todas sus palabras sin saber por qué. Fijábanse sus pupilas en las pupilas de él resueltamente, como si quisiera sondearlas con su fluido visual.

¡Qué cosas tiene usted! ¿Qué puede importar eso? ¿No lo gustan á usted las mujeres si no son de un color determinado? Con los tintes no se puede hoy saber si una cabellera es natural. ¿Quiere usted saber mi opinión? Pues creo que Jenny es naturalmente morena, pero que debe haberse pintado de rubio en otro tiempo...

A Bautista y a Martín les parecieron más entretenidas que esta tonta historia de dragones y de santos las ocurrencias del buen Fernando de Amezqueta. Estaban oyendo los comentarios a la vida de don Teodosio, cuando se presentó en la venta un señor rubio, que, al ver a Bautista y a Martín, se les quedó mirando atentamente. ¡Pero son ustedes! Usted es el de... El mismo.

Después supe que había tenido que hacer noche en una choza próxima al Magdalena, pues la oscuridad lo había obligado a detenerse. Entretanto, pasó el día, llegó la tarde y mi rubio tuerto, mi sabanero, portador de mi maleta más importante, no aparecía.

Eran de pelo rubio, flacos, como si el excesivo calor hubiese derretido su grasa, pero con gruesos tendones y robustas coyunturas, que al menor esfuerzo se marcaban vigorosamente.

En este momento se asoma al balcon, mi compañera la ve y me llama. Es muy blanca y tiene el cabello casi rubio. Hay en su fisonomía esa mezcla de expresion ardiente y melancólica, triste y apasionada, que es la gran belleza del tipo italiano. Mira con cierto frenesí á uno y otro lado de la calle, como si esperase á alguna persona. ¡Pobre Luisa!

Por la confianza con que trataban al conde comprendí que a menudo debían de ser sus compañeros de francachela, por más que aquel les llevase bastantes años. Entre ellos había uno rubio, de fisonomía extranjera. Después supe que era un inglés tan noble y rico como calavera, que acostumbraba pasar largas temporadas en Sevilla.

Ahora, con el entusiasmo del champán, se llevan a los labios las banderitas que tienen ante los platos y ponen los ojos en blanco gritando: «Americain! Americain!...» En la mesa siguiente está Martorell, aquel muchacho con lentes y bigote rubio: un catalán, del que creo haberle hablado.

Un sombrero hongo, artístico á fuerza de estar roto, le cubría la enorme cabeza dejando escapar unos cabellos de un gris sucio, casi rubio, largos, ensortijados en sus estremos como melenas de poeta.

Moreno Rubio le había prescrito que madrugara, que se pusiera entre pecho y espalda un vaso grande de agua de la fuente Egipcia o de la Salud, y que la paseara después por espacio de dos horas antes de la hora del almuerzo.

Palabra del Dia

ciencuenta

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