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Actualizado: 6 de junio de 2025


Vieron en el camino al chacarero que cambiaba todos los postes de su alambrado, y a un hombre rubio, que detenido a su lado a caballo, lo miraba trabajar. Le digo que va a pasar, decía el pasajero. No pasará dos veces, replicaba el chacarero. ¡Usted verá! ¡Esto es un juego para el maldito toro del polaco! ¡Va a pasar! No pasará dos veces, repetía obstinadamente el otro.

La atrajo a la señora y obligóla a arrodillarse delante del sillón, para tenerla más cerca todavía y poder besarla a sus anchas, en la boca, en los ojos, en la frente, en el pelo rubio y ondeado. La joven, sorprendida, repetía: Mamá, mi buena mamá...

Lleva el pelo, que es muy rubio, partido, con la raya a un lado; muchas alhajas, y, según la moda del tiempo, un grueso cordón de pasamanería de oro que arranca en el brazo derecho y termina en el costado izquierdo. En la mano derecha tiene un enorme lienzo de puntas y en la izquierda una rosa.

La fraulein, de un rubio pajizo, regordeta, blanca y apretada de carnes, sonreía con ingenuidad, manteniéndose a distancia de la reja, a través de cuyos hierros manoteaban las fieras. Pero no por esto se decidía a huir, prefiriendo a los paseos superiores, abiertos al aire y la luz, la permanencia en este pasillo medio obscuro, donde recibía el homenaje tembloroso y exacerbado del deseo viril.

Roussel, paseándose de arriba abajo, en la agitación que le producían aquellos recuerdos, se había detenido delante del cuadro empezado por Mauricio antes de su partida y miraba con atención la figura que representaba á Herminia. , dijo Mauricio; me ha parecido que el rubio estaba mejor en la escala de los colores: el moreno resultaba brutal.

Cuando Quilito entró, Jacinto en el sofá leía un periódico, y encaramado sobre un banco, escribía un joven muy rubio, casi albino, el socio, o la compañía de que hablaba el letrero.

Mi opresión aumentaba, y me parecía que marchaba hacia mi destino, casi hacia mi desgracia... Si me hubiera atrevido, me hubiera escapado... Por fin, se abre la puerta del salón y... ¿qué veo? Delante de la ventana, ocupados en mirar fotografías, estaban la de Ribert y un joven rubio... alto... delgado... de ojos azules... Es el señor Baltet, estoy segura...

La mejoría se acentuó tanto, que D. Evaristo atreviose a salir de noche, y lo primero que hizo fue ir en busca de Juan Pablo. No le encontró en el Suizo Viejo. Allí estaban Villalonga, Juanito Santa Cruz, Zalamero, Severiano Rodríguez, el médico Moreno Rubio, Sánchez Botín, Joaquín Pez y otros que tenían constituida la más ingeniosa y regocijada peña que en los cafés de Madrid ha existido.

Iriberri era un viejecito pequeño, imberbe, con el aire enfermizo, el pelo rubio y los ojos ribeteados. Después he sabido que Iriberri fué uno de los capitanes más audaces de su tiempo. Iriberri me aseguró que Juan de Aguirre había estado, como él, haciendo el comercio de negros y de chinos hasta que fué apresada su urca por un crucero inglés.

El portero no hizo caso de sus palabras y continuó: ¿Cuánto cobra usted al mes? El rubio me dijo que cincuenta rublos. No es mucho. ¡Doscientos! dijo Krilov, observando con una alegría maligna que el rostro del portero expresaba casi el entusiasmo. ¡Oh, doscientos! Eso es otra cosa... ¿Quiere usted un cigarrillo?

Palabra del Dia

lanterna

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