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Actualizado: 30 de abril de 2025
Media hora después estaba yo en mi casa. Me encerré en mi cuarto y escribí larguísima carta. ¡Ay! Una carta que nunca llegó a manos de Angelina. A las siete, cansado de esperar a mi tía Pepilla, me senté a la mesa. Juana se apresuró a servirme. En esos momentos llegó la anciana. ¡Ay, Rorró! ¡Qué dirás de mi! ¡Pero, hijito de mi alma, qué misa tan larga! ¿Ya te desayunaste? ¿No?
Yo contaba con ganar algo en estos quince días... pero ya lo sabes.... Castro Pérez me obligó.... Hiciste bien. ¡Bien hecho! ¿De modo que necesitarás algo? ¡La verdad... sí! respondí sonrojado. No te apures, Rorró. Mientras ganas en tu nuevo destino, no te apures. Además... creo que necesitas ropa para ir a la hacienda. No has de ir vestido de catrín. Ahora arreglaremos eso.
Ese Mauricio tiene cara de buen muchacho. ¡Qué respetuoso! ¡Qué bien hablado! Y la tía se soltó charlando alegremente. Estaba muy contenta, contentísima. ¡Qué gusto, Rorró, qué gusto!
¿Don Román? exclamó tía Pepilla. ¡No vendrá, Rorró, no vendrá.... El pobrecillo no está para esas cosas! Le traeré yo, si no está con el reuma; le traeré yo, y estará muy contento, y para que no tenga que salir a la calle a media noche dormirá aquí. Angelina y él serán los padrinos.... ¿Se aprueba lo que propongo? ¿Sí? Pues.... ¡Aprobado! ¡Qué gratamente que pasamos la noche!
Consérvalo como un recuerdo de nosotras. Nos escribirás de cuando en cuando, ¿no es verdad? Nosotras también. Cuando Pepa no esté para eso lo hará Rorró. Ahora, dame un abrazo, y acuéstate. Llama a Pepa. Me parece que el señor Cura ya está en su cuarto. El sacerdote se había retirado a su habitación. Debía salir muy de mañana y no quería desvelarse. Salí al corredor.
Vives engañado; dices que me amas, y no mientes, no, porque eres incapaz de mentir.... Dices que me amas, y, ciertamente, tu corazón es mío, y a toda hora piensas en mí. Pero no es Linilla, la pobre Linilla, la huérfana recogida en un mesón por un sacerdote caritativo, la niña infeliz fruto de amores que el cielo no bendijo, la que será tu esposa. Te conozco, Rorró.
Rorró: exclamó tía Pepilla dile a tu madrina lo que te recomendó el doctor. Sí, tía; ejercicio, mucho ejercicio; siquiera una vuelta por la sala todos los días; ¡una vuelta, una sola, madrina! Eso de estar así, sentada, todo el día sentada, ¡no puede ser bueno!... ¡Pero... si... no puedo! murmuró. Un esfuerzo.... Tía Pepa me hizo una seña para que viera yo los pies de la enferma.
¡Con qué alegría recibieron las buenas ancianas la carta de la joven! Cuando acabé la lectura estaban llorando. Quería yo estar solo, y corrí a mi cuarto.... ¿Decirles que tenía yo empleo en la hacienda de Santa Clara? ¡Quién pensaba en eso! La carta de Angelina decía así: «Rorró: Ya me imagino que estarás muy enojado conmigo porque no te escribí, luego, luego, como tú deseabas.
Me ocurrió averiguar si alguien había puesto los ojos en ella. Y diga usted, tía: ¿No ha tenido novio Angelina? ¡Por Dios, Rorró! ¡Desde el otro día estás con eso!.... No, señor. Angelina es una niña muy juiciosa. Angelina no tendrá más novio que aquel que llegue a ser su marido. No es ella capaz de jugar con el amor. Así lo creo, pero.... Dígame usted: ¿no ha tenido pretendientes? ¡Ah!
A qué pensar en la infeliz muchacha a quien tanto amas, porque me amas, ¡sí, me amas con toda tu alma!... ¿A qué pensar en esta huérfana que no puede satisfacer tus ambiciones, ni corresponder a ese porvenir con que sueñas a todas horas? Rorró: no olvides lo que te digo hoy, en vísperas de separarme de tí: me olvidarás, y acaso muy pronto; ¡yo no te olvidaré!
Palabra del Dia
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