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Actualizado: 30 de abril de 2025
Pues aquí tienes compañera.... ¡Vamos, Juana; pronto, prontito, vea usted que Rorró tiene que irse!... Tía Pepilla puso en un extremo de la mesa el libro y el rosario, y quitándose el pañolón le arrojó sobre el respaldo de una silla. ¿Te vas hoy? Sí, tía; luego que acabemos. Ahí en mi mesa está una carta para Linilla. Mándela usted con el que venga de San Sebastián.
Anoche soñé una cosa.... ¿Qué? La diré.... No; ¡mejor es callar! Hable usted, tía. Soñé que te habías enamorado de.... Gabriela. ¿De Gabriela? ¡Si, de esa señorita que es tan buena, tan amable, tan elegante, tan inteligente, tan linda, y... tan rica! No, tía. Mi corazón tiene dueño. ¿Y quién es? Ese es mi secreto. ¿Secreto? Secreto. Mira, Rorró; a mí no me engañas.... ¡Ah!
Había ya entre nosotros cierta intimidad fraternal, dulce y respetuosa, que me hacía grata la vida en Villaverde. En ocasiones pensé: ¿si estaré enamorado? No; hasta entonces aquello era una amistad afable, un afecto sencillo que mi tía Pepa fomentaba a todas horas. Una vez la buena señora, se dejó decir: ¡Ay, Rorró! Si alguna vez piensas casarte... busca una mujer como Angelina. Estábamos solos.
¿No lo ves, Rorró? solía decirme al oído la tía Pepa. ¿No lo ves? ¡Esta niña es un ángel! ¡Mira, mira cómo atiende a tu tía!... ¡Qué mimos! ¡Qué paciencia! No sólo Angelina estaba triste; yo lo estaba también. Sólo de recordar que se iba se me oprimía el corazón, se me obscurecía el mundo. ¿Qué haría yo sin ella? ¿Qué sería de mí sin la palabra consoladora de Angelina?
No digas esas cosas, Rorró, solía decirme, porque no las creo. ¡Si me pintas hermosa y gallarda como una virgen de Murillo! Dime en prosa, aquí, hablándome, que me amas mucho, mucho, y me tendrás contenta, satisfecha y feliz. Angelina no era hermosa como una virgen de Murillo, pero sí lo era como alguna de Rafael, como la Madona de la silla.
Trajo mucho dinero, y nos compró ropa y muebles, y a mí dulces y juguetes, y un rorro muy lindo, de cabellos rubios y ojos azules, que decía «papá y mamá». No he olvidado a mi padre: era un caballero alto, de ojos muy hermosos, con unos bigotes muy retorcidos.
Algo ha pasado que te apena.... Tú padeces.... ¡Habla, Rorró, habla por Dios! ¿Con quién has de quejarte si no es con nosotras? ¡Nada, tía, nada!... He dormido toda la tarde, y la modorra me tiene así. ¡Vamos a la mesa! Salté de la cama, ofrecí mi brazo a la anciana, y paso a paso nos dirigimos al comedor.
Si te conformas con eso, hoy, mañana, cuando quieras, cuando cambie tu suerte, o en cualquier tiempo, que yo a todo me avengo y no busco riquezas ni lujos, y sólo vivo para amarte, dame tu nombre, seré tu esposa, y viviremos felices. ¿No es cierto, mi Rorró, que basta muy poco para que dos que se aman como nosotros sean dichosos?
Nada de lidiar con los chicos.... Desde el día primero voy a descansar.... ¡Ya los niños me tienen hasta aquí! ¡Para eso Angelina!... ¡Lo mismo que para cuidar de un enfermo!... Ya te lo he dicho, Rorró; si Angelina no se casa ha de parar en hermana de la Caridad. ¡Tiene vocación, hijo, tiene vocación! El otro día se lo dije al P. Solís, y me contestó: «¡Tiene usted razón!»
Ahora es secretaria de la conferencia de la Parroquia, y todos están muy contentos. No sé si Angelina habrá nacido para ser casada, pero, la verdad, Rorró, si te casaras con Angelina a mí me daría mucho gusto, mucho, mucho; sí, porque la quiero tanto como a tí, como ella se lo merece; porque así todo quedaría en casa; porque a esa niña la miro como algo nuestro, como persona de la familia.
Palabra del Dia
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