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Por ahora ve disponiéndome el cuartito; no te metas en lavaduras de suelo, y mientras nos vemos y te doy un abrazo recibe la bendición de este pobre viejo». Cuando Angelina leyó esta carta se puso pensativa y triste. Temo separarme de , Rorró. Pero ¡qué he de hacer! No necesito que él me lo diga; comprendo muy bien que hago falta. ¿Te figuras cómo estará aquella casa?

Para esto de chamuscar casadas y encender doncellas no tenía coteja. Gran devoto de San Rorro, patrón de holgazanes y borrachos, vivía, como dicen los franceses, au jour le jour, y tanto se le daba de lo de arriba como de lo de abajo. Mientras encontrara sobre la tierra mozas, vino, naipes, pendencias y francachelas, no había que esperar reforma en su conducta.

Creería que nos habíamos vuelto tontos rematados observó Jacinta riéndose con cierta melancolía. Estas simplezas no son para que las vea nadie... ¿Cierras los ojos? Duérmete, a... rorró... Eso es, quieres que me duerma para echar a correr a darle cuerda a esa maniática de Guillermina.

La anciana sonrió dulcemente, y salió del comedor. A poco apareció en la puerta, mostrándome la carta deseada. ¿Qué me das por esto? Un abrazo. ¡Es poco! Un beso. Es poco. Pues entonces, ¿qué quiere usted? ¡Tu cariño! ¡Tu cariño, muchacho, que con eso me basta! La señora llegó hasta , me abrazó, me acarició dulcemente, y puso delante de la carta de Linilla, diciéndome: ¡Ay, Rorró!

Dime, Rorró: ¿me quieres así, tanto como dices, como yo te quiero a ? Comenzaba la conversación, y seguía, y pasaba el tiempo, y no sentíamos correr las horas, felices, dichosos, con la dicha de los que aman y son amados. Nos dio por la jardinería. Preparamos los cuadros y sembramos rosales, claveles, lirios, azucenas, que nos prometían para la próxima primavera abundantes flores.

Oyeme: ¡no te apenes si ves que lloro, y déjame, déjame que te cuente todas las tristezas de mi vida! Quise ahorrarle aquella pena, y le pedí que habláramos de otra cosa; le rogué que no me atormentara, con aquella narración dolorosa. ¡A qué saber la historia de Angelina! ¿No me bastaba saber que vivía para ? ¡No! ¡Me oirás! ¡Me oirás, Rorró!

Quiso pensar en aquello, en Lindoro, en el Barbero, para suavizar la aspereza de espíritu que la mortificaba. ¡Si yo tuviera un hijo!... ahora... aquí... besándole, cantándole.... Huyó la vaga imagen del rorro, y otra vez se presentó el esbelto don Álvaro, pero de gabán blanco entallado, saludándola como saludaba el rey Amadeo.

Un fulgor de plata inundaba el horizonte, y allá, tras los picachos de la Sierra, surgía la luna llena, espléndida y magnífica. A las cuatro de la tarde ya todo estaba listo. Tía Pepilla arregló mi petaca en dos por tres, y concluída la faena me dijo cariñosamente, echándome los brazos: Rorró... ¿no vas a despedirte de tus amigos? ¿Amigos? ; el doctor, tu maestro, Ricardito Tejeda....

En cuanto a eso.... ¡No hay en Villaverde otra como Gabrielita! Pero yo creo que Rodolfo merece otra muchacha mejor. ¿Mejor la quieres? , porque ninguna me parece digna de él. ¿Era aquello un arranque de soberbia? ¿Era ironía? Me volví para ver a la doncella. Seguía hilvanando. Tía Carmen prosiguió dulcemente: Mira, Rorró: eres un buen muchacho, y por eso te queremos mucho.

Finge que estás dormido; que estás enfermo; que no quieres levantarte, lo que sea mejor, ¡pero no salgas! Siéntate aquí, a mi lado, en esta silla.... No, Rorró. Me voy, y no cuándo volveré. ¿Irás a verme? ... ¿no es verdad? Me escribirás.... Llevo tu retrato, y lo miraré a todas horas, y leeré tus cartas hasta que me las sepas de memoria.