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Actualizado: 21 de julio de 2025


Rodó la conversación de idea en idea, hasta que Aviraneta tocó a Salvador en el brazo y le dijo con misterio: Si quieres encargarte de una misión delicada, no hay ningún inconveniente en confiártela. Ya que conspiras, ¿pero por quién? replicó Salvador riendo ¿Por Cristina, por D. Carlos o por ambos a la vez? me conoces, y sabes que con alas mías no ha de volar ningún murciélago.

Y en la sala de la torre, silenciosa, hundida en las tinieblas, sonó por largo tiempo un ruido de sollozos y besos comprimidos. Al cabo, un cuerpo humano, el cuerpo de la señorita de Elorza, privado de sentido, rodó pesadamente por el suelo. Genoveva, al entrar con luz, después de un rato, todavía la halló desmayada, con los ojos abiertos e inmóviles, reflejando en su rostro una celestial alegría.

El junquillo del joven silbó al mismo tiempo en el aire y fué á cruzar la mejilla del mayordomo. Oyóse una exclamación de rabia. Pedro alzó la mano, y el señorito rodó por el suelo sin sentido. ¡Oh, qué bárbaro, le he matado, le he matado! profirió el mayordomo inmediatamente acercándose á su agresor. ¡Es un chico tan débil!... Y arrodillándose en el suelo levantó suavemente la cabeza del herido.

Y como se desgaja la peña del monte y rodando cae al llano y aplasta y destruye cuanto encuentra, hasta que para y queda inerte otra vez, rodeado de muerte y silencio, así se desprendió del alma de Juan Bou su esperanza; rodó, hizo estrago, produjo cólera y despecho; pero bien pronto todo quedó en atonía dolorosa y muda.

Felipe se quedó parado y tieso como un poste al ver que Alberto le apuntaba. ¿Qué va usted a hacer? exclamaron corriendo hacia él, el procurador y el conde de Mengis. Pero no tuvieron tiempo de impedir que disparara. Sonó el tiro y el sombrero de Felipe rodó sobre la hierba, con un agujero en el mismo sitio en que lo tenía, el de Alberto, horadado, como sabemos, por la bala de Felipe.

De posada en posada, arrojado de todas poco después de haber entrado, metiéndose en la cama para que le lavasen la única camisa que tenía, el calzado roto, los pantalones con hilachas por debajo, sin cortarse el pelo y sin afeitarse, rodó Juan por Madrid no cuánto tiempo. Pretendió, por medio de uno de los huéspedes que tuvo, más compasivo que los demás, la plaza de pianista en un café.

La capa de Villón paseó por los salones de los obispos, y de entre sus remiendos y corcusidos surgió la mano exangüe del bohemio para tomar la limosna de doce sueldos por una loa a Notre-Dame, y los labios que mordieron los labios de las rameras besaban unciosamente la amatista episcopal. Y la capa ungida de poesía y de dolor rodó una mañana por las escalerillas del patíbulo.

Reynoso nada sabía de sus disgustos domésticos, porque jamás le hablaba de ellos en sus cartas. Sólo tenía conocimiento de la muerte desastrosa del marquesito del Lago. Quedose pensativo y una lágrima silenciosa rodó por sus tostadas mejillas. ¡Pobre Clara! murmuró . Merecía ser feliz.

Presa del mayor terror, don Fabricio huyó, llamando en alta voz al mayordomo y otros sirvientes; pero nadie acudía en su auxilio, y recorrió las galerías dando voces que retumbaban en las bóvedas de la señorial mansión. ¡Antonio, Bernardo, Julio, Gilberto! gritaba, pero nadie quería contestar, y con verdadero pavor bajó, puede decirse que rodó, la escalera, y corrió a llamar al conserje.

Por último llegó el anonadamiento completo; los dedos perdieron su fuerza; los brazos se distendieron. Entonces la pequeña cabeza rodó del seno en que estaba apoyada y los ojos azules se dilataron contemplando la fría luz de las estrellas. Primero la criatura exhaló el pequeño grito plañidero de «ma-ma», e hizo un esfuerzo para refugiarse en el brazo y el seno en que descansaba.

Palabra del Dia

buque

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