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Actualizado: 19 de junio de 2025


Creí que toda beldad perecedera, que toda bondad de las criaturas, que toda gracia, que toda luz, no sería a mis ojos sino reflejo débil y frío de la beldad, de la bondad, de la gracia y de la luz eternas, cuyos fulgores imaginaba entrever, en cuyas llamas me complacía en sentir ardiendo mi corazón. ¡Cómo me adulaba el espíritu tentador a fin de hacerme caer! ¡Cuán astutamente me engañaba! ¡Cuán ciega confianza fue la mía al principio!

Quevedo se volvió en un movimiento nervioso hacia la alcoba, entró en ella, se acercó al lecho, asió una helada mano del cadáver y se descubrió. Su ancha frente, nublada, sombría, transparentando un pensamiento desesperado, parecía absorber el amarillo reflejo de una lámpara que estaba encendida sobre una palometa de plata junto al lecho, delante de una virgen de los Dolores.

Algo más lejos, cuando iba a dejar la plazuela, volviendo su rostro hacia aquella máscara triste que se borraba por momentos detrás del reflejo acuoso de los vidrios, tornó a sonreír; y así, acompañando con la cabeza el blando vaivén de la silla, desapareció con su gente. Ramiro arrojó el Arte de bien morir sobre una mesa cubierta de libros.

Más adelante jarcierías y almacenes de pasturas; ancho portal en que pernoctaban unos arrieros, y cerca del cual ardía una fogata; luego, la calle anchísima.... Allí más animación, más vida; gentes que iban y venían; el alumbrado público, faroles con lámparas de petróleo, que solo servían para dejar que se viese la obscuridad; jinetes que volvían de las haciendas y de los pueblos cercanos; un almacén de ultramarinos, EL PUERTO DE VIGO, iluminado profusamente, centelleando en las botellas, en los frascos y en las latas de sardinas el reflejo de los quinqués; una botica soñolienta, hipnotizada por sus reverberos y sus aguas de colores, la botica de don Procopio Meconio; delante del mostrador un marchante en espera; detrás un mancebo que hacía píldoras, y en la puerta el dueño, de charla con un amigo.

Al principio, el amor es un espejo, Do la coqueta busca su reflejo Llena de vanidad: Mas tarde al corazon grata calma

El interés de V. es demasiado para ser de reflejo. Noto también que es muy desigual: menos que mediano por Mirtilo; inmenso por Clori. ¡Ay, tío, tío! ¿Si querrá V. jugar una mala pasada al pobre zagal? Todo se sabe. Sobrina, no disparates, interrumpió el Comendador. Yo no disparato.

Era el goce de la sensualidad el que se desprendía de su ser; pero era también el deleite maligno del capricho cumplido, de la venganza y la traición. El conde de Onís se sentía cada día más subyugado. Las caricias de su amada eran abrasadoras; pero los ojos guardaban siempre, en lo más hondo, un reflejo cruel de fiera domesticada. Sentía amor y miedo al mismo tiempo.

Brilló en el río la última ráfaga de luz; la verdosa claridad del aire se tornó en un vago reflejo de color de violeta, ennegrecióse el valle, y llegó la noche. «Así, pensaba yo, así se van las alegres ilusiones, así se desvanecen las más risueñas esperanzas: La vida es un perpetuo dolor.

Parécenos vislumbrar abajo el reflejo de un rayo extraviado en ese precipicio; parécenos oir un murmullo ahogado que sube hacia nosotros. ¿Es una corriente de aire que se arremolina en la sima? ¿Es un manantial, cuya agua se filtra entre las piedras y cae gota á gota? ¿Es una salamandra que cae al agua y la hace chapotear? ¿Quién sabe?

La criatura se ama á propia y ama tambien á las demás; pero este amor, no es de un egoismo estrecho, sino que ama en misma, y en sus semejantes, el reflejo del bien infinito. Desea unirse con el bien supremo, y en esto pone su última felicidad; pero este deseo lo enlaza con el amor del bien supremo en mismo, y no le ama precisamente porque de ello deba resultar su propia felicidad.

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