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Item, que el mas pobre poeta del mundo, como no sea de los Adanes y Matusalenes, pueda decir que es enamorado, aunque no lo esté, y poner el nombre á su dama como mas le viniere á cuento, ora llamandola Amarili, ora Anarda, ora Clori, ora Filis, ora Filida, ò ya Juana Tellez, ò como mas gustare, sin que desto se le pueda pedir ni pida razon alguna.

Recite V. contestó Lucía, los últimos que ha compuesto á Clori. Son largos. No importa. Don Carlos no se hizo más de rogar, y con entonación mesurada y cierta timidez que le hubiera hecho simpático, aunque ya por no lo fuese, recitó lo que sigue: El plácido arroyuelo Rompe el lazo de hielo, Y desatado en onda cristalina Fecunda la pradera.

¡Ya lo creo! ¡Y vaya si le conozco! dijo el Comendador recordando á su antiguo adversario y víctima de la niñez. Pero entonces, ¿quién es Clori? añadió en seguida. Clori es una linda señorita, muy amiga mía. Su madre vive con gran recogimiento y no sale ni deja salir á su hija de noche.

»Otro día, estando los tres sobre mesa, rogó Anselmo a Lotario dijese alguna cosa de las que había compuesto a su amada Clori; que, pues Camila no la conocía, seguramente podía decir lo que quisiese. »-Aunque la conociera -respondió Lotario-, no encubriera yo nada, porque cuando algún amante loa a su dama de hermosa y la nota de cruel, ningún oprobrio hace a su buen crédito.

Don Fadrique miró con disimulo, pero con mucha atención, á Clarita mientras que D. Carlos recitó el idilio. Si aun le hubiera quedado la menor duda de que Clara era Clori, la duda se hubiera disipado. Á Clarita, valiéndonos de una expresión en extremo vulgar, si bien muy pintoresca, un color se le iba y otro se le venía mientras los versos duraron.

Con vacilante pie mal en el coro De ninfas entra; y el alegre giro Y canto de las Ménades sonoro, Ó con flébil suspiro, Ó con dolientes ayes turba acaso; Que, en el misterio de la santa orgía, Ni el hierofante el tirso le confía, Ni él llega hasta la cumbre del Parnaso. ¡Ay Clori! ¿Qué demencia te extravía?

El rabadán, por la vejez postrado, Tu solícito afán reclamaría, ¡Oh, Clori! mientras yo, por tu mandado, Al abismo del mar descendería, Sus perlas para ver en tu garganta, Y acosaría al lobo carnicero, Su hirsuta piel con plomo ó con acero Ganando para alfombra de tu planta. Alucinada ninfa candorosa, Desecha ese delirio que te lleva Á ser del viejo rabadán esposa.

»Y así, con el gusto que de sus cosas tenía, y más, teniendo por entendido que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y que ella era la verdadera Clori, le rogó que si otro soneto o otros versos sabía, los dijese: »- -respondió Lotario-, pero no creo que es tan bueno como el primero, o, por mejor decir, menos malo. Y podréislo bien juzgar, pues es éste: Soneto

Y, al tiempo cuando el sol se va mostrando por las rosadas puertas orientales, con suspiros y acentos desiguales, voy la antigua querella renovando. Y cuando el sol, de su estrellado asiento, derechos rayos a la tierra envía, el llanto crece y doblo los gemidos. Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento, y siempre hallo, en mi mortal porfía, al cielo, sordo; a Clori, sin oídos.

La segunda razón es, que no habiendo ido V. ni á ver á Nicolasa ni á ver la chacha Ramoncica, ¿á qué había V. de haber ido tan á escape como no fuese á ver al P. Jacinto y á tratar de ganarle en favor de Mirtilo y de Clori? ¿Vaya que ha ido V. á eso? No puedo negártelo. Gracias, tío. No es V. capaz de encarecer bastante lo orgullosa que estoy. ¿Y por qué?