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Actualizado: 22 de junio de 2025
Lucía, prevaliéndose del permiso y animada con lo poco de turbación que en su tío advirtió, expuso así una de sus hipótesis: Pues, señor, yo me cegué al principio por exceso de vanidad. Pensé que el cariño de tío que V. me tiene le llevaba, para complacerme, á mirar con interés á Clori y á Mirtilo, y á procurar e buen fin de sus amores. Ya he variado de opinión. Ya la hipótesis es otra.
Sobrina, yo no sé si tengo ó no la honra de conocer á la familia de esta señorita, cuyo apellido no me has dicho. ¿Cómo un forastero recién llegado ha de adivinar la familia de quien sólo sabe que se llama Clori en poesía y Clara en prosa? ¡Ay, es verdad! ¡Qué distraída soy! No había yo dicho á V. cómo se llamaba mi amiga. Pues bien, tío: esta señorita se llama Doña Clara de Solís y Roldán.
Y, a no estar avisada Camila de Lotario de que eran fingidos aquellos amores de Clori, y que él se lo había dicho a Anselmo por poder ocuparse algunos ratos en las mismas alabanzas de Camila, ella, sin duda, cayera en la desesperada red de los celos; mas, por estar ya advertida, pasó aquel sobresalto sin pesadumbre.
Por amor de Dios, que no se le escape á V. lo de que D. Carlos está enamorado de mi amiga y lo de que ella es Clori. Mire V. que es un secreto. Nadie más que yo lo sabe en la población. Hay que tener mucho recato, porque los padres de ella no quieren más que á D. Casimiro y nada traslucen del amor de D. Carlos.
Afirma vaga é indeterminadamente que Clori es bella, y tú eres bella. Gracias, tío; V. me favorece. No; te hago justicia. Sea como V. guste. Pero dígame V., ¿de dónde sacamos á mi viejo rabadán? porque yo no doy con él. Pues mira, yo creí haberle encontrado. ¿Cómo, tío, si no estaba en la tertulia más que el señor cura? Y yo, ¿no soy nadie? ¿Qué quiere V. decir con eso?
Díjole Anselmo que bien podía estar segura de aquella sospecha, porque él sabía que Lotario andaba enamorado de una doncella principal de la ciudad, a quien él celebraba debajo del nombre de Clori, y que, aunque no lo estuviera, no había que temer de la verdad de Lotario y de la mucha amistad de entrambos.
Nada dijo Doña Clara, á pesar de ello; pero Lucía advirtió su disgusto y prosiguió de esta suerte: No te ofendas Clarita. No me motejes de parlanchina. Mi tío me puso anoche entre la espada y la pared, y tuve que confesárselo todo. Tuve que disculparme y que disculpar á D. Carlos. Á mi tío se le metió en la cabeza que él era el viejo rabadán y que yo era Clori.
Clori, en tanto, amistosa y compasiva, Quiere que el zagal viva, Mas amarle no quiere; Antes, dicen que piensa dar su mano Á un rabadán anciano. Con celos el zagal su pena aumenta, Y así en la selva oculto se lamenta: ¡Tú no sabes de amor, encanto mío! ¡Ah! Tu ignorancia virginal te engaña.
Y acariciando las tempranas flores, Con música y aroma el aire agita. En la rica estación de los amores Amor en todo corazón palpita; Pero en el alma del zagal Mirtilo Halla perpetuo asilo. Allí ingenioso el dios labra un dechado De gracia encantadora, Donde con fiel esmero ha retratado Á Clori bella, á la gentil pastora. Por quien Mirtilo muere.
Créame V., tío: desde Vicente Espinel hasta nuestra edad, Ronda no ha producido más ingenioso poeta que nuestro amigo D. Carlos de Atienza, ilustre mayorazgo de la mencionada ciudad, el cual vive en Sevilla con sus padres, trata de tomar en aquella Universidad la borla de doctor en ambos Derechos, y ahora descuida bastante los estudios por seguir á Clori, que, desde Sevilla, se ha venido aquí de asiento con su familia, á quien V. sin duda conoce.
Palabra del Dia
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