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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Como me había visto acercarme a su casa, salió a recibirme hasta el portal con una ropilla casera, poco más que de verano, a pesar de la frescura invernal del ambiente que corría; pero con buenos abrigos de carne blanca y rolliza que le asomaba en ronchas por los puños recogidos de su camisa de dormir y por encima del leve cuello de la americana.
Pero un muchacho, sacando medio cuerpo fuera de la valla, respondió desde abajo, alzando los puños: ¡No! ¡No! ¡Al fuego y a cenar con el Demonio! Entonces nueva explosión de odio santo y homicida estalló en todas las gargantas: ¡Al fuego! ¡al fuego! Y los condenados comenzaron a desfilar entre un clamor sibilante y bravío comparable a la crepitación de un incendio.
Al buscar sus ropas terminado el trabajo, encontrábase en los bolsillos cosas nauseabundas; recibía en pleno rostro bolas de pasta, y siempre que el mocetón pasaba por detrás de él, dejaba caer sobre su encorvado espinazo la poderosa manaza, como si se desplomara medio techo. El Menut callaba resignado. ¡Ser tan poquita cosa ante los puños de aquel bruto, que le había tomado como un juguete!
Marchando con la cabeza baja, sin saber adónde iba, se vio de pronto en la cubierta de paseo. Apretaba los puños, murmurando palabras iracundas. ¡Cómo se había burlado de él aquella mujer! ¡Qué vergüenza!... Cansado de pasear por la cubierta solitaria, sentóse en un banco lejos de la luz, contemplando el Océano por encima de la borda.
Al terminar el venerable orador se levantó Rafael, pálido, tirando de los puños de la camisa, dejando pasar algunos minutos para que se calmara la agitación de la Cámara, ansiosa de expansionarse, de murmurar después del largo recogimiento a que la había obligado la palabra tenue y concisa del anciano. Si a Rafael le había de animar la benevolencia del auditorio, buen principio tenía.
El alférez soltaba una carcajada. Otra carcajada de Juan Montiño contestaba á la del alférez. Los aporreados blasfemaban y apretaban los puños. Pero Juan Montiño los había acorralado en un rincón, y dominados ya, les sacudía que era una compasión. Aquello había pasado á ser una burla feroz. Era el desprecio mayor que podía hacerse de dos hombres.
El Palacio de Gobierno erguía su fachada churrigueresca, del otro lado de la plaza, también obscuro y silencioso, como la Bolsa. Al pasar, Agapo le mostró los puños.
La última campaña la hizo en la Ferrolana, y con esta fragata dió la vuelta al mundo, con el cual viaje acabó de conquistar el prestigio que le iban dando entre sus compañeros sus muchos conocimientos como marinero, su valor, su buen corazón ... y sus férreos puños.
Lo curioso es que los tres conductores del loco inofensivo llevaban tambien á su cargo otro furioso, á quien habian encerrado en una pieza de la estacion miéntras llegaba el momento de entrar al tren. Este segundo hablaba nada menos que de serios proyectos de asesinar al Anticristo, y mostraba los puños como un endemoniado, lanzando miradas lenas de cólera sombría.
El pobre Blair ha sido asesinado, todo parece indicarlo, y la policía, sin embargo, no quiere levantar ni un dedo para ayudarnos a conocer la verdad, porque un médico ha descubierto que el corazón era su punto débil. Es fijar un premio al crimen añadió, cerrando los puños ferozmente.
Palabra del Dia
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