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Actualizado: 29 de junio de 2025


Luego poniéndose seria y tomando de improviso los puños de Juan: ¡Muéstreme usted sus manos, estoy cierta que se ha quemado! Algunas manchas blancas aparecían, en efecto, estirando las manos que María Teresa tenía entre las suyas. No es nada dijo Juan, un cristalero viejo sabe jugar con el fuego.

El viento, al mecer el trapo chorreante, fue manchando las piezas inmediatas, y un concierto de maldiciones y amenazas, de puños crispados y bocas que proferían las más feas palabras contra él y su madre, obligó al Zapaterín a recoger su manto de gloria y salir por pies, cubiertas de rojo cara y manos, como si acabase de cometer un homicidio.

Asombréme, lloró desconsolada, golpeóse la cabeza con las manos, se mordió los puños apretados convulsivamente, volvió a hincarse en el suelo para pedirme perdón abrazada a mis rodillas, creció mi asombro, conseguí con trabajo que se sentara de nuevo, y la conjuré, por todos los santos de la corte celestial, a que me declarara enseguida todo cuanto tenía que declararme.

En seguida, buscad un hombre bravo y de puños, que tenga conocimiento con algunos como él, y avisadme cuando le tuviéreis. Muy bien, señora. Idos, pedid las llaves de esa casa y buscad en seguida, con ellas, á Pelegrín Santos. Rivera se inclinó y salió.

Y furioso contra la fatalidad, que le había dado por madre a doña Manuela, cerraba los puños como si quisiera estrangular a alguien. Levantó la cabeza y vio que se había separado del pretil, siguiendo por el camino de ronda.

Eso de hacer el pueblo las leyes es lo más monstruoso que cabe. ¿Cuándo se ha visto que el que ha de ser mandado haga las leyes? ¿Sería justo que nuestros criados nos mandaran? Aquí no hay Rey ni Dios esto se acabará; yo te jure que se acabará." Al decir esto, el viejo abría los ojos y apretaba los puños con furor.

El uso continuo de esta prenda, aun más allá del 40 de Mayo, se explica por su aborrecimiento de estufas y braseros que, según él, son la causa de tanta mortandad. Como no estaba embozado, pudo Benina observar que traía cuellos y puños limpios, y gruesa cadena de reloj, galas que sin duda respondían a la etiqueta del aniversario.

Al pasar por delante, enseñé con rabia los puños, sin detenerme, al perverso enano, que aún seguía a la puerta, como guardián misterioso de algún cuento de Las mil y una noches. Como las calles son tan estrechas, los carruajes no pueden correr en Sevilla, so pena de atropellar a los transeúntes.

De pronto, un golpe seco. La bola había terminado su fuga circular, cayendo en un número. Se prolongaba el silencio; los rostros parecían estirarse aún más; los puños se apretaban convulsivamente. Otra vez el ruido de guijarros movidos por la ola. Las raquetas barrían el campo verde. Mal número para el público.

Al fin, le reduje a que me diera noticia de parte de mi hacienda, aunque no de toda, y así, me la dio de unos trescientos ducados que mi buen padre había ganado por sus puños, y dejádolos en confianza de una buena mujer a cuya sombra se hurtaba diez leguas a la redonda.

Palabra del Dia

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