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Actualizado: 29 de julio de 2025
Casi se puso de rodillas, implorando su perdón; cerraba los puños como si fuera á golpearse, castigando su atrevimiento. Pero ella no le dejó seguir... «¡No, no!...» Y mientras gemía esta protesta, sus brazos se cerraron formando un anillo en torno del cuello de Ulises. Su cabeza se inclinó hacia él, buscando el abrigo de su hombro.
Luego que entró Juanita en su cuarto, cerró los puños con cólera, se echó boca abajo en la cama y sollozó con; amargura.
¡Que no hay otro remedio! exclamaba Tremontorio, haciendo crujir los puños. ¡Eso lo veremos, tiña! ¿Quién lo ha mandao? El gubierno de arriba. ¿Quiénes son esos gubiernos pa meterse en la hacienda de los mareantes? ¿Qué saben ellos de cosas de la mar? El que manda, manda, tío Tremontorio. ¡No en mi casa, tiña! Pues la ley es ley ahora y siempre.
Echó una pierna, levantóse; tratamos largo en mis cosas, y tuve harto trabajo por ser hombre tan borracho y rústico. Al fin lo reduje a que me diese noticia de parte de mi hacienda aunque no de toda , y así, me la dio de unos trecientos ducados que mi buen padre había ganado por sus puños y dejádolos en confianza de una buena mujer, a cuya sombra se hurtaba diez leguas a la redonda.
Gallardo, vuelto de espaldas a estas protestas, saludaba con la muleta y la espada a sus entusiastas. Los insultos del populacho, que siempre había sido su amigo, le dolían, haciéndole cerrar los puños. Pero ¿qué quié esa gente? El toro no daba más de sí. ¡Mardita sea! Esto son cosas de los enemigos.
Nada, ¡pero aún estamos a tiempo! contestó el marido burlado, puesto en pie, con los puños apretados, avergonzado, como si se viera en camisa en medio de la plaza; furioso ante la idea de que no había habido allí nada, ningún crimen cuyo autor debía ser él, según exigían las leyes del honor... y del teatro.
Turbias imágenes, crueles ideáis le obscurecían la mirada y le hacían apretar los puños; palabras de desesperación salían de sus labios: ¡Nada existe en el mundo!... ¡Todo es mentira!... ¡El mal, eso es todo lo que existe!...
Tom Sickles, sin cuidarse del hombre tendido en tierra, miraba correr el coche, apretando los puños y dirigiendo en inglés tremendas imprecaciones, no a los caballos, sino a su ilustre señora y dueña.
A veces quería Fermín ayudarla, intervenir con sus puños en las escenas trágicas de la taberna, pero su madre se lo prohibía: Tú a estudiar, tú vas a ser cura y no debes ver sangre. Si te ven entre estos ladrones, creerán que eres uno de ellos.
A Rita le resbalaban por las arrugas de las mejillas unos lagrimones como puños, y, con hipo de sollozos, le decía a la niña: Salvador vendrá en seguida; te llevaremos a Luzmela...; no llores, santa mía, no llores, paloma....
Palabra del Dia
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