Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 8 de junio de 2025
El insigne fisiólogo vio hasta cierto punto comprobadas sus felices adivinaciones. En el corto tiempo de que dispuso observó que la sangre de la masa encefálica cambiaba de color en diferentes sitios, tornándose unas veces más clara, otras más oscura. Era, pues, exacto que la fabricación del pensamiento debía de semejar bastante a una destilería, como él había presumido.
Hay un enigma de la mayor transcendencia, no resuelto aún, que trae sin sosiego a cuantos hombres piensan y discurren en el día. Años ha, siendo yo muy mozo y reinando Don Juan II interrumpió entonces Lorenzo Fréitas aportó a Lisboa un genovés muy presumido y soberbio que estaba al servicio de Castilla y se llamaba Cristóbal Colón.
¿Usted por aquí? le preguntó afectando una serenidad que estaba muy lejos de sentir. ¿Quién había de presumir que fuese usted la señora que el criado me acaba de anunciar? ¿De veras no lo ha presumido usted? preguntó ella mirándole fijamente. No, no, señora. Y se puso colorado al decirlo. La dama sonrió con benevolencia. Bien, enséñeme usted esas rosas de malmaison de que me ha hablado.
Vivia en frente de su casa un tal Arimazo, sugeto que llevaba la perversidad de su ánimo en la fisonomía grabada: corroíale la envidia, y reventaba de vanidad, dexando aparte que era un presumido de saber fastidioso. Como las personas finas se burlaban de él, él se vengaba hablando mal de ellas. Con dificultad reunia en su casa aduladores, puesto que era rico.
Todo se volvió ensalzar su valor y sus fuerzas y entregarse a mil gratos comentarios acerca de su próxima victoria: uno que se jactaba de tener buen olfato decía que algo había presumido al no verle los días anteriores en el colegio, otro aseguraba que si vencía la revolución el capellán D. Jerónimo lo iba a pasar muy mal porque había declarado la guerra sin motivo a D. León.
En poco tiempo me hice amigo de los otros empleados. Mi edad y mi carácter tímido e irresoluto me fueron propicios en esta ocasión. Mis compañeros creían habérselas, sin duda, con balandrón mancebo, presumido, jactancioso y pagado de sí, que vendría a imponérseles, abusando de la bondad con que le trataba el señor Fernández.
Tengo... tengo... mire V., yo siempre digo que tengo catorce, pero la verdad es que no tengo más que trece y dos meses... ¿y V.? ¡Una atrocidad! No me lo pregunte usted, que me da vergüenza. ¡Ah qué presumido! ¡Si yo le he de querer lo mismo que tenga muchos que pocos!
Así es que, si en el reglamento de censura se prohíbe hablar contra la religión, contra las autoridades, contra los gobiernos y los soberanos extranjeros, y contra otra porción de materias, es porque se ha presumido con mucha razón que era imposible hablar mal de esas cosas, diciendo verdad. Y para mentir más vale no escribir. Todo esto es claro; es más que claro, casi es justo.
No nos parecen de cuerpo hermoso, ni nosotros les parecemos hermosos a ellos: ellos dicen que es un pecado cortarse el pelo, porque la naturaleza nos dio pelo largo, y es un presumido el que se crea más sabio que la naturaleza, así que llevan el pelo en moño, lo mismo que las mujeres: ellos dicen que el sombrero es para que dé sombra, a no ser que se le lleve como señal de mando en la casa del gobernador, que entonces puede ser casquete sin alas: de modo que el sombrero anamita es como un cucurucho, con el pico arriba, y la boca muy ancha: ellos dicen que en su tierra caliente se ha de vestir suelto y ligero, de modo que llegue al cuerpo el aire, y no tener al cuerpo preso entre lanas y casimires, que se beben los rayos del sol, y sofocan y arden: ellos dicen que el hombre no necesita ser de espaldas fuertes, porque los cambodios son más altos y robustos que los anamitas, pero en la guerra los anamitas han vencido siempre a sus vecinos los cambodios; y que la mirada no debe ser azul, porque el azul engaña y abandona, como la nube del cielo y el agua del mar; y que el color no debe ser blanco, porque la tierra, que da todas las hermosuras, no es blanca, sino de los colores de bronce de los anamitas; y que los hombres no deben llevar barba, que es cosa de fieras: aunque los franceses, que son ahora los amos de Anam, responden que esto de la barba no es más que envidia, porque bien que se deja el anamita el poco bigote que tiene: ¿y en sus teatros, quién hace de rey, sino el que tiene la barba más larga? ¿y el mandarín, no sale a las tablas con bigotes de tigre? ¿y los generales, no llevan barba colorada? «¿Y para qué necesitamos tener los ojos más grandes», dicen los anamitas, «ni más juntos a la nariz?: con estos ojos de almendra que tenemos, hemos fabricado el Gran Buda de Hanoi, el dios de bronce, con cara que parece viva, y alto como una torre; hemos levantado la pagoda de Angkor, en un bosque de palmas, con corredores de a dos leguas, y lagos en los patios, y una casa en la pagoda para cada dios, y mil quinientas columnas, y calles de estatuas; hemos hecho en el camino de Saigón a Cholen, la pagoda donde duermen, bajo una corona de torres caladas, los poetas, que cantaron el patriotismo y el amor, los santos que vivieron entre los hombres con bondad y pureza, los héroes que pelearon por libertamos de los cambodios, de los siameses y de los chinos: y nada se parece tanto, a la luz como los colores de nuestras túnicas de seda.
Si la costumbre de usar chalecos blancos, aun en invierno, significaba algo, Muñoz y Nones era un hombre singularísimo en esta materia. Si el deseo de no parecer barrigudo distingue a un hombre grueso de otro, Muñoz y Nones debe ser puesto en la categoría de los que viven decididos a morirse esbeltos. Decir que era un tanto presumido y un mucho simpático, acabará de pintarle por fuera.
Palabra del Dia
Otros Mirando