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Actualizado: 21 de junio de 2025
Y como la tía Zarandaja quisiese replicar, impúsola Cervantes silencio, mandola abriese la puerta, saliose, y de allí a gran paso fuese a casa de doña Guiomar, y allegándose al postigo del jardín llamó, y abrió Florela, que harto cuidadosa por la gravedad de los sucesos que habían sobrevenido, por allí andaba esperando. De como puede enamorarse una mujer hasta el punto de morir de amor.
Si no anda bien, es necesario abandonar la empresa hasta que los defectos se hayan corregido o recurrir a la violencia, que dobla las probabilidades del fracaso, y sobre todo la condena. Entonces es cuando se recurre a cortar el tablero de la parte inferior de la puerta, formado por lo general de madera blanda, en la cual una cuchilla afilada entra como en queso y abre un buen postigo.
Si don Francisco de Quevedo no pudiera acompañaros como se lo he rogado, llamad al postigo, dad por seña: el capitán Juan Montiño, y el postigo se abrirá y una doncella mía os traerá á mi aposento; romped ó quemad esta carta y venid, venid que os espero ansiosa. Doña Clara Soldevilla.»
Y sucedió, que cuando aquella inaudita desgracia sobrevenía, mi madre me daba a luz a esta vida desventurada, que he sufrido y sufro. Al ruido de las espadas acudieron algunos criados; pero cuando llegaron sólo hallaron los dos cuerpos sin vida de mi padre y de Lisarda, y el postigo abierto, por donde claramente, a lo que parecía, el autor o los autores de aquellas muertes habían escapado.
Cuando media hora después entraba solo por el postigo del bosque en la huerta, lo primero que vio fue a la Regenta metida en el pozo seco, cargado de yerba, y a su lado a don Álvaro que se defendía y la defendía de los ataques de Obdulia, Visita, Edelmira, Paco, Joaquín y don Víctor que arrojaban sobre ellos todo el heno que podían robar a puñados de una vara de yerba, que se erguía en la próxima pomarada de Pepe el casero.
Y con esto, dándola el brazo doña Guiomar, para que en él se sostuviese, salieron seguidas de Florela, y al postigo del jardín se encaminaron, y por él entraron en la casa. De como Cervantes encontró casa de la tía Zarandaja más de lo que había querido buscar. Suspenso quedose Miguel de Cervantes, cuando hubieron desaparecido doña Guiomar, Margarita y Florela.
Observó que los clavos de la puerta figuraban cabezas de leones. Llamó de nuevo. El exceso de emoción le embriagaba. Por fin, el cerrojo crujió levemente y el postigo entreabriose; doña Alvarez asomó la cabeza, y después de haberle observado un instante, le dijo en voz baja: ¡Albricias, señor don Gonzalo!
Don Juan tenía una vista excelente, y, gracias á ella, pudo leer lo que sigue en la carta de doña Clara: «Os espero, os espero, no podré deciros con cuánta impaciencia; nunca he ansiado tanto, estoy resuelta á esperaros toda la noche. Venid en cuanto recibáis ésta á palacio por el postigo de los Infantes.
Pues bien, señora, yo tengo la llave de ese postigo; si es cierto que me amáis, permitidme que llegue hasta vos. ¡Ah! ¡no! ¡no! ¡imposible! si queréis que yo sea vuestra, hablad, descubríos el rostro, que yo os juro ser vuestra esposa. ¡Ah! ¡si eso pudiera ser! Pero adiós, señora, adiós. ¿Volveréis? Volveré... dentro de un mes; el primero de Mayo á esta misma hora, por esta misma reja. Adiós.
Supónese que se abrió aquel postigo para introducir ganado en la ciudad durante el cerco que le tenia puesto S. Fernando, y que habiendo logrado algunos soldados cristianos meterse entre el ganado, contribuyendo luego á que se tomase la Ajarquía, el rey moro cuando lo supo esclamó: ¡bien escusada era allí aquella puerta!
Palabra del Dia
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