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Actualizado: 9 de junio de 2025


Díjole además la portera que momentos antes había subido a la casa un señor sacerdote, alto, de buena presencia, el cual, cansado de llamar, se fue, dejando un recadito en la portería. «¡Ya!... Es D. Romualdo... Así dijo, , señora. Ya ha venido dos veces, y... ¿Pero se marcha otra vez a Guadalajara? De allá vino ayer tarde. Tiene que hablar con Doña Paca, y volverá cuando pueda».

Es un cobarde y un traidor, que vendiendo amistad, hiere por la espalda». Tía y esposa no le dijeron nada, y fueron tras él. Cogiendo de la percha del recibimiento la caña que usaba, salió dando un fuerte portazo. Bajó rápidamente y estuvo hablando un rato con la portera.

Hace mucho tiempo que ha muerto también; era emplomador y se cayó de un techo cuando trabajaba. ¿No tienes parientes? No, nadie. Después que ha muerto tu mamá ¿en dónde vives? ¿quién te da de comer? La portera de la casa, porque me quiere mucho. Dijo ella a su hermano, que es carpintero, que me tomase de aprendiz, y ahora trabajo... El señor Aubry, pensativo, no lo escuchaba ya.

Cuando llegó á Nápoles, fatigado por un viaje de cuarenta y ocho horas, le pareció que el cochero se dirigía con demasiada lentitud hacia el viejo palacio de Chiaia. Al atravesar el zaguán con su pequeña maleta, le cortó el paso la portera, gruesa comadre de pelo encrespado y polvoriento, que sólo había entrevisto algunas veces en las profundidades de su caverna.

Si se pensara en los hijos, no se haría nada malo». A lo que la portera responde con esta frase, que resume toda la filosofía sencilla y enorme del drama: «¡Quién sabe! También por ellos se hacen muchas cosas

La portera vio que doña Guillermina se quitaba el manto... «No, señorita, no sea tan viva de genio. Barreremos... pero ya verá lo que tarda esta granujería en volver a ensuciarlo». Pues lo vuelve usted a barrer. Bajó la señora al patio, donde había entrado un ciego tocando la guitarra y estaban algunos chiquillos jugando a los toros. «Eh, niños, hoy es preciso que tengamos mucha formalidad.

Campistrón les acompañó hasta el descansillo de la escalera con mil muestras de obsequiosa política, mientras que el discípulo cuya lección había sido interrumpida por la visita se desgañitaba haciendo escalas. Bajaron la mal oliente y húmeda escalera y vieron de nuevo á la portera, que ahora estaba mondando cebollas y que los siguió con una mirada desdeñosa hasta la puerta de la calle. ¡Y bien!

Habló con la portera de una de estas viviendas. Su biznieto estaba en la escuela y la mujer de Alberto trabajaba en la fábrica. Fué luego á la tal fábrica, y el conserje, un inválido, le cerró el paso. Prohibida la entrada; ningún curioso podía introducirse en los talleres, porque en ellos se torneaban obuses.

Don Sabino el capellán... ¿Se puede hablar con él? articulé con trabajo, mirando a la monja que asomó la cabeza por la ventanita sin reja que había al lado de la puerta. La verdad es que no pensé hallarme con tan gentil portera. Era joven la monjita y tenía el rostro fresco y sonrosado, con ojos vivos y penetrantes. Su acento era marcadamente extranjero.

Trabajaba de costurera a domicilio, y tenía tan buenas manos, que se la disputaban las parroquianas, señoritas de escasa fortuna, que acogían como una felicidad el confeccionar en sus casas vestidos iguales a los de las modistas. Era huérfana. Su padre había sido cochero en una casa grande; su madre, portera.

Palabra del Dia

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