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Actualizado: 9 de junio de 2025
La explicación de la portera saltó de ventana en ventana hasta el último piso. El ruso movió la cabeza con expresión fatal. La infeliz no había dado sola el salto de muerte. Alguien presenciaba su desesperación: alguien la había empujado... ¡Los jinetes! ¡Los cuatro jinetes del Apocalipsis!... Ya estaban sobre la silla; ya emprendían su galope implacable, arrollador.
La portera de la casa indicada por Jacinto se prestó a dar cuantas noticias se le exigían, mas lo único de provecho que Juan obtuvo de su indiscreción complaciente fue que en la casa de huéspedes del segundo habían vivido un señor y una señora, «guapetona ella» durante dos días nada más.
En la esquina de la calle del Tribulete despidieron el coche; los chicos sin vacilar fueron derechos a la puerta de una casa vieja y sucia; el mayor se volvió de espaldas y dio con los tacones de sus zapatos rotos algunos golpes; al poco rato abrió una vieja, que dejó escapar al verlos un gruñido nada pacífico; pero su mal humor se convirtió en sorpresa al observar que Hojeda y Miguel atravesaban el portal y seguían a los muchachos; éstos subían decididos la escalera, como hormigas que entran en su guarida; Miguel sacó un fósforo, porque la vieja portera se había retirado con la luz.
La hermana portera no pudo decirlas sino que la víspera vio hojear a Tirso un indicador de ferrocarriles; que, vestido de paisano, salió en persona a buscar un coche de punto y que, ayudando al simón a levantar su baúl, dijo: A la estación del Norte.
En seguida salió para pedir a la portera un vaso, uno solo; pues, sin haber leído a Béranger, sabía que los amantes deben beber en la misma copa: y tornando a encerrarse, encendió la chimenea, y paseo arriba, paseo abajo por el corredor, esperó.
Si, sí; haremos todo eso. Iremos á los hospitales, á los asilos; entraremos, si es preciso, en todas las casas. Sí. Iremos á la antigua casa; preguntaremos á la portera, á los vecinos, al tendero más próximo. Eso es. Diga usted, ¿no había en aquella casa una criada? Sí, había una. No sé su nombre. ¿Dónde estará? Si la encontramos, tal vez nos dé alguna luz. Puede ser que se haya dirigido á ella.
Acabo de saber, por la portera, que es V., en efecto, hermano «de esa chica,» y me pesa muchísimo de haber tenido con V. esa cuestión... ¿Qué cuestión? La que tuvimos, antes de entrar V... ¡Caramba, si yo lo hubiera sabido!... ¡Cómo había de atreverme! Por Dios, me dispense V. A Marte, al decir esto, se le había suavizado notablemente la expresión del semblante: la voz tampoco era tan profunda.
Don Quintín estaba sirviendo de aquello que dijo la portera al caballero de los muebles, luego éste dispondría que le llevasen los trastos a su casa, y sobre tal fundamento se le ocurrió al viejo la idea de engatusarla con esperanzas.
Sin embargo, no hay que engañarse: creo que me sentía más erótico que religioso. No se pasaron muchos minutos sin que la monja portera abriese de nuevo, diciendo con el mismo acento extranjero y tono imperativo: La misa va a empezar. Venga usted. Y la seguí con la sumisión de antes, como un colegial a quien llevan a encerrar.
La portera no reconoció a mi mujer, y esta tampoco le dijo quién era, para mejor gozar de la sorpresa de las monjas. Atravesamos un largo portalón toscamente empedrado, las paredes enjalbegadas y algunas cruces negras pintadas en ellas de trecho en trecho.
Palabra del Dia
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