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Actualizado: 9 de julio de 2025


¿Y no averiguó usted más? ¡Buena soy yo para dejarme las cosas a medio hacer! Fui también a la calle del Puerto, hice hablar a la portera, y... ¡ay, doña Manuela, qué cosas supe! Parece imposible que se consienta la vida de unas mujeres así. La tal Clarita es una perdida, ¿sabe usted, doña Manuela? Lo repito tal como me lo dijo aquella mujer. ¡Válgame Dios, y qué cosas me contó!

La portera, que había visto alquilar el piso, ignorando el objeto, traer los muebles sin saber de dónde, y quedar luego la casa cerrada, ardía en deseos de aclarar el enigma: de suerte que, al oír a Carola, quien por su astucia parecía enterada de algo, en seguida entró en conversación con ella.

Salió luego al corredor, y habiendo notado que la escalera no estaba barrida aún, llamó a la portera. «¿Pero usted en qué está pensando? ¿No le han dicho que hoy viene el Señor a esta casa? ¡Y está ese portal que da asco mirarlo! Coja usted la escoba mujer. Si no, la cogeré yo. Qué, ¿se cree usted que no lo hago como lo digo?».

Al menor ladrido miraba sobresaltada hacia la portera, y apenas anochecía, veía avanzar por entre el pasto ojos fosforescentes. Concluída la cena se encerraba en su cuarto, el oído atento al más hipotético aullido. Hasta que la tercera noche me desperté, muy tarde ya: tenía la impresión de haber oído un grito, pero no podía precisar la sensación. Esperé un rato.

Y amplió sus revelaciones con la vaga noticia de que la hija se mostraba muy impresionada por los informes que había recibido del frente de la guerra. Alguien de la familia estaba herido. Tal vez era el hermano, pero la portera lo ignoraba. Con tantas novedades, sorpresas é impresiones, resultaba difícil enterarse de las cosas.

Sus nervios, ya enfermos por el cielo constantemente encapotado y lluvioso, provocáronle verdaderas alucinaciones de perros que entraban al trote por la portera. Había un motivo real para este temor.

El ascensor marchaba admirablemente, y para demostrármelo, la portera me aseguró que tres días antes, aquella perfecta maquinaria había matado al inquilino del tercero. Por eso tenemos el piso libre añadió. La historia del piso no era muy seductora; pero un inquilino tiene que estar en Madrid dispuesto a todo. ¿Y cuánto renta el piso desocupado? inquirí.

Pero la puerta estaba cerrada con llave, y era necesario buscar y llamar otra vez a la portera para que me abriese, la cual se sorprendería, me haría alguna pregunta; en fin, un lío. Para apaciguar mis inquietudes, tomé un libro lujosamente encuadernado que había sobre la consola y lo abrí.

Antes que te parta un rayo». Y al americano que viene, lo saluda con amabilidad de portera: «Bien venido sea usted a la casa de su abuelita si trae plata que gastar...». No me interesa esta tierra, que es como el rabo de un mundo que dejamos atrás. Deseo verme cuanto antes en el otro hemisferio, a ver cómo pinta por allá la suerte.

Era su marcha una enrevesada peregrinación por las calles, deteniéndose ante las puertas cerradas; un aldabonazo aquí, tres y repique más allá, y siempre, á continuación, el grito estridente y agudo, que parecía imposible pudiese surgir de su pobre y raso pecho: «¡La lleeetJarro en mano bajaba la criada desgreñada, en chancleta, con los ojos hinchados, á recibir la leche, ó la vieja portera, todavía con la mantilla que se había puesto para ir á la misa del alba.

Palabra del Dia

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