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Se acordaba poco de Dios y blasfemaba de él en los momentos difíciles, con el automatismo de la costumbre; pero ahora era otra cosa: iba a darle gracias a la Santísima Macarena, y penetró en el templo con aire compungido. Todos entraron, menos el Nacional, que abandonó a su mujer y a la prole, quedándose en la plazoleta.

El señor pasó adelante; pero al salir de la plazoleta se detuvo junto a uno de los primeros árboles y acabó por sentarse en sus raíces salientes, guardando la escopeta entre las piernas. Un orgullo de viril soberbia invadía el alma de Febrer. Estaba satisfecho de su arrogancia.

No era ya hora de visitar el convento; lo dejamos para el día siguiente. Pasamos, sin embargo, por delante de él cogidos del brazo. Era un edificio grande y vetusto, con dos torres almenadas, que había sido palacio o casa solariega de un título y estaba situado en una plazoleta con árboles. Mira me dijo mi esposa con enternecimiento : ¿ves aquellas dos ventanitas de la torre?

¡Reyes de hierro, con corona esplendente cuyos laureles están manchados de sangre, los niños de vuestros reinos no cantarán romances de vuestros amores, en las floridas avenidas, cuando la primavera viste de novia a las acacias! La plazoleta de los fracasados

Cuando salió de San Gil la Virgen de mejillas sonrosadas y largas pestañas, bajo un palio tembloroso de terciopelo, cabeceando con los vaivenes de los ocultos portadores, una aclamación ensordecedora surgió de la muchedumbre que se agolpaba en la plazoleta... Pero ¡qué bonita la gran señora! ¡No pasaban años por ella!

Quedó revuelta la gente en la plazoleta, rodaron las mesas, enarboláronse varas y garrotes, poniéndose cada uno en guardia contra el vecino, por lo que pudiera ocurrir; y mientras tanto, el causante de toda la zambra, Batiste, permanecía inmóvil, con los brazos caídos, empuñando todavía el taburete con manchas de sangre, asustado de lo que acababa de hacer.

Con la superstición del que aguarda, se dijo que Alicia sólo podía presentarse al cerrar la noche, y el día le pareció interminable. Al anochecer dudó. No vendrá.... Debe haberse arrepentido. Estaba en la esquina de una calle curva y pendiente inmediata á la iglesia. Desde allí podía ver las gradas que comunican la plazoleta con el hundido bulevar.

Le acompañaron hasta la meseta de Marchamalo, y de nuevo fueron a enroscarse bajo las arcadas, reanudando su dormitar receloso que se desvanecía al menor ruido. Rafael se detuvo un momento en la plazoleta, para reponerse de este encuentro. Se arregló la manta sobre los hombros y cerró la navaja que había sacado para hacer frente a las hurañas bestias.

Por otra parte, Lucía deseaba que sus visitas fuesen siempre secretas: era necesario saber en qué forma quería que las hiciera. Determinó, pues, aguardar hasta el día siguiente. Era muy temprano para irse a la cama. Cogió el sombrero y el bastón para dar una vuelta por el pueblo. Al salir, aún continuaba el baile en la plazoleta: Maximina se hallaba otra vez sentada en la silla contemplándolo.

Para hablarse necesitaban gritar, porque el ruido del tambor y la gaita y las castañuelas era ensordecedor. De vez en cuando se producía viva llamarada en uno de los ángulos de la plazoleta, subía un cohete y estallaba en el aire. Era Celso, quien, despreciando el bailotéo por grosero y prosaico, se entretenía en dispararlos rodeado de niños.