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Y las casas del tránsito parecían contemplar el cuadro y entender su asunto, y de unas llovían flores, ramos, coronas, y otras, en menor número, cerradas a piedra y lodo, dijérase que fruncían el ceño y se ponían hurañas y serias al sentir el roce de las olas revolucionarias. Cuando estas llegaron a estrellarse en el baluarte, se esparcieron y derramaron por doquiera.

Era un muchacho argentino, que regresaba a su tierra después de varios años de vida en París, el inventor de este apodo un día que hablando con Maltrana se lamentaba del carácter de sus compatriotas, tachándolas de hurañas y poco sociables. Mire usted a nuestras mujeres, y aprenda, galleguismo había dicho . Se han refugiado en un extremo del buque aislándose de las demás gentes.

Porque las dos, aunque su mamá, por no entristecerlas, las ocultaba el estado de la casa, tenían pleno conocimiento de los apuros de la familia y estaban seguras de la imposibilidad de reemplazar el viejo pero brioso caballo por otro que valiese tanto como él. Después de comer, la madre y las hijas sentáronse en el salón, y allí permanecieron más de una hora, silenciosas, hurañas y malhumoradas.

La Iglesia católica, que se titula universal, era cruel e inabordable para ellos en la isla, pagando su adhesión con hurañas repulsiones. Los hijos de los chuetas que deseaban ser curas no encontraban sitio en el Seminario.

La muchacha también llevaba una cesta de blanco mimbre, cuyas tapas movíanse al compás de la marcha, haciendo que el interior sonase a hueco; pero no se preocupaba de ella, atenta únicamente a mirar con ceño a los transeúntes demasiado curiosos o a pasear ojeadas hurañas de la señora al cochero o viceversa.

Le acompañaron hasta la meseta de Marchamalo, y de nuevo fueron a enroscarse bajo las arcadas, reanudando su dormitar receloso que se desvanecía al menor ruido. Rafael se detuvo un momento en la plazoleta, para reponerse de este encuentro. Se arregló la manta sobre los hombros y cerró la navaja que había sacado para hacer frente a las hurañas bestias.

Pero el anciano lo cogió del brazo y se lo llevó, mientras decía: Vamos, vamos... ¡Ya nos lo tropezaremos más adelante! ¡Aconsejarme a que haga traición a mi país! Hullin hizo bien advirtiéndonos que tomáramos precauciones; tenía razón. Bajaron los cazadores por la calle, dirigiendo a derecha e izquierda miradas hurañas. Las gentes se preguntaban unas a otras: «¿Qué les sucede a ésos