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Actualizado: 14 de julio de 2025
»Dios mío, Dios mío, si estás en mi alma, si no la has abandonado, acude a mi voz y consuélame y perdóname. ¿Qué vale ella, qué vale toda su hermosura, toda la lozanía de su mocedad, toda la noble altivez de su mirada, todo el ritmo de su forma, toda la gracia de sus movimientos, si acierto a volver de nuevo mi mente y mi voluntad hacia ti, en quien no hay excelencia, beldad y gracia que no se cifren y resuman?
Cerró al fin el libro: salió y volvió a los pocos momentos. Comenzó a desnudarse lentamente: cuando estaba medio desnuda tomó el quinqué, y acercándolo a la niña la obligó a levantarse, la llevó hasta la alcoba y le dijo mostrándole el suelo: Esta es tu cama. Ahí dormirás vestida. Cuando terminó de desnudarse, la niña le dijo con voz débil: Perdóname, madrina; no volveré a hacerlo.
Afortunadamente dijo , por mucho que te corte no se te conocerá la falta; no te asustes, Clara, no voy á cortarte más que como el grueso de un dedo del centro. Córtelos todos vuestra majestad si quiere... Pero no comprendo... Ya te explicaré... ¡Perdóname, Clara, si te robo... pero es necesario... necesario de todo punto! Ya está.
Perdóname si, con la sencillez de sus palabras, no he tenido la dicha de conservar su gracia natural y esa efusión tan fácil y tan conmovedora de sentimientos que le presta el encanto más atractivo. Hay cosas que no se pueden expresar. « Mi padre me dijo Adela nació en Valency, de una familia de labradores muy ricos.
Vive tranquilo; te juro que ese niño no es tuyo. Juan reprimió un suspiro de desahogo, y acentuando el fervor amoroso, por disimular la emoción, repuso a modo de acusador: Entonces, infame... sí, perdóname, infame, ¿qué cariño era el tuyo, qué pasión era aquélla, si cuando apenas me fui te entregaste a otro y con tal entusiasmo que... ¡ahí están las pruebas!
La huérfana calló, y de sus ojos húmedos se desprendieron dos lágrimas que cayeron en las violetas como dos gotas de rocío. ¡Perdón! repetí, estrechando a la joven entre mis brazos, y atrayendo su gallarda cabeza. ¡Perdóname, Linilla! Y sobrecogida de espanto me apartó dulcemente. ¡Cómo no perdonarte!
»Perdóname, Señor. Mil blasfemias brotan de mi pluma. El pecador indigno, que debe dar estrecha cuenta de sus acciones, quiere mover pleito a tu bondad y apelar de tu justicia. Pero tú sabes cuánto padezco, y me compadeces y tal vez me perdonas. Tú llenabas antes mi alma. La vi, me aluciné, y ella llenó mi alma en el lugar tuyo.
»De aquí a dos o tres meses todo habrá terminado y no sufriré ya. »¡Dos o tres meses! ¡Qué largo es ese plazo! »Mas, ¡cuán ingrato soy! ¡Perdóname, Dios mío! El 1.º de mayo hacia las once de la mañana como tenía de costumbre, llegó Antoñita a Ville d'Avray, encontrando al doctor Avrigny inclinado un grado más, hacia la sepultura.
Yo sólo te quiero a ti... sólo quiero a mi marido. Perdóname... fue el lujo, el maldito lujo: necesitaba dinero, mucho dinero; pero amar... sólo a ti. Enriqueta lloraba mostrando su arrepentimiento, y aquel hombre lloraba también, débil y humilde ante el desprecio.
Sol, estrella, luna, flor, Aurora, sílfide, brisa, Que alumbra con su sonrisa Y alumbra con su mirar, Es original sin tipo Que encierra en sí al universo, Y que no es dado, ni al verso, Ni al pincel el retratar! La lira cae de mi cansada mano, Y me siento vencido en tu presencia: Perdóname si quise en mi demencia Tu candorosa imágen retratar.
Palabra del Dia
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