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Actualizado: 11 de mayo de 2025


¡Ah! ¡no quiera Dios, señora, que muera el hijo de nuestro amor! Después de algunos momentos de conversación, duque y duquesa se separaron. Y no volvieron á verse por la reja. Pero cuando doña Juana acabó de cumplir su voto aparente, y se presentó en la corte, el duque de Osuna se presentó á ella, galán y hermoso. La duquesa palideció.

Pero, á pesar de su dicha, mostraba gran timidez, como si adivinase la fragilidad de aquella paz que le envolvía, y temiese romperla con el más leve movimiento. ¿Y aquello? preguntó misteriosamente el doctor. ¿Se olvidó ya por completo?... El hombrón palideció como si despertase junto á un peligro é hizo un movimiento con sus manazas pretendiendo apartar en el espacio las palabras de su primo.

Ninguna tiene valor para deslizarse ante el imponente areópago. La otra noche le propuse por medio de intérprete a una de esas rubias que pasásemos juntos ante los «pingüinos», creyendo enorgullecerla con este sacrificio y que me lo gratificase después. Pero la pobrecita casi palideció de miedo: «Nein... nein», como si le hubiese propuesto echarnos de cabeza al mar.

Amaury palideció porque vislumbró vivos temores en el acento de súplica del doctor, cuyo rostro iba adquiriendo por momentos una expresión muy sombría. Dígame, papá, ¿qué exige usted de mi? ¿qué quiere usted que haga? preguntó temblando Magdalena. ¿Es que estoy más enferma de lo que pensábamos? ¡Hija mía! respondió el doctor, tratando de esquivar esta pregunta.

Pero cuando más oprimido sentía el corazón, por la conciencia de la distancia que lo separaba de ella, vio de improviso, que sin que las manos de la pianista interrumpieran la ejecución del Largo de Bach, que tocaba, la púrpura de sus mejillas palideció, la maravillosa pureza de las líneas de su rostro se alteró, se disolvió.

Palideció el pianista al escucharla. ¡Oh, duquesa!... Temblaba y balbuceaba de emoción. ¡El tallando en el Sporting-Club, ante el público elegante de las noches de ópera, manejando miles de francos, con todas las miradas fijas en su persona... Era el coronamiento de una carrera: después de esto, morir.

»Sería arriesgarse me dijo, a recibir las justas reclamaciones del embajador de España. »En aquel instante anunciaron al Rey, y Jorge II apareció apoyado en el brazo de un joven de buen aspecto y cuidadosamente vestido. Necesité hacer un grande esfuerzo para reprimir un grito de sorpresa al reconocer en aquel joven a Carlos, el cual palideció visiblemente y se vio obligado a apoyarse en un sillón.

En aquel momento, un hombre fornido, de piernas largas como las de una garza real, y cargado de espaldas, pasó corriendo por detrás de la pared, gritando: ¡Que vienen!... ¡Sálvese el que pueda! Hullin palideció. Es el amolador del Harberg dijo Juan Claudio, rechinando los dientes. Frantz no dijo nada, y, llevándose la carabina al hombro, apuntó e hizo fuego.

Señora exclamó don Juan : os lo juro por el nombre de mi padre, que conservaré sin mancha; por vuestro amor, que guardaré en lo más profundo de mi alma. Y yo os lo juro por mi honra y por la suya, madre mía. ¡Oh! ¡pues entonces, soy la mujer más feliz del mundo! exclamó, dando un grito ahogado por las lágrimas, la duquesa. Pero de repente palideció y tembló.

Á estas palabras que le tocaban en lo más profundo de su ser, Marenval palideció, las lágrimas brotaron de sus ojos y sin poder hablar, permaneció temblando de emoción ante sus amigos. Por último movió la cabeza, dió un suspiro que pareció un sollozo y contestó, arrojándose en los brazos de su pariente: Adiós Vesín. Usted sabe á qué atenerse.

Palabra del Dia

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