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Actualizado: 11 de julio de 2025
Y se volvió á sentar, y el joven volvió á rodear su cintura. Por aquella vez Dorotea se puso pálida, se estremeció, pero no se atrevió á desasirse de los brazos de Montiño. Tengo sed dijo el joven. ¡Sed! dijo la Dorotea bajando hacia él sus grandes ojos medio velados por la sombra de sus largas pestañas y dejando caer una larga mirada en los ojos de Montiño. ¡Sí, sed de vuestra boca!
¿Era este paisaje el mismo que habían contemplado los concurrentes al Casino? Ahora flotaban sobre él vaporosos velos de brumas, y aquella tierra normanda color verde de esmeralda pálida, sin horizontes, humedecida por la niebla, parecía salida, como en las primeras edades del mundo, de las ondas y del caos.
Volvió a sonreír Patricia con infernal malicia, y... «¿Qué... pero qué...?» balbució la señora acercándose de puntillas a la puerta de la sala. Empujola suavemente hasta abrir un poquito. No veía nada. Abrió más, más... Estaba pálida como si se hubiera quedado sin sangre... Abrió más... acabáramos. En el sofá de la sala, tranquilamente sentado... ¡Dios!, el otro. Fortunata estuvo a punto de perder el conocimiento. Le pasó un no sé qué por delante de los ojos, algo como un velo que baja o un velo que sube. No dijo nada.
Yo, acometido súbitamente de una gran dignidad, respondí con gesto desdeñoso: No lo sé. Pero aquel empleado era, por lo visto, hombre amable y de buena pasta, porque insistió, diciendo: Si usted supiera el apellido, tal vez, preguntando por los talleres, podríamos dar con ella. Es una mujer de treinta años o más, pálida, de ojos negros, que lleva un pañolito blanco al cuello.
Lo más probable es que, indignados justamente por ella, me recriminasen duramente y me prohibiesen la entrada en esta casa... Bien, cásate con ella... ¡y en paz! dijo Venturita poniéndose en pie un poco pálida. ¡Eso nunca! O me caso contigo, o con nadie. Entonces, ¿qué hacemos? No sé replicó el joven bajando la cabeza con tristeza. Ambos guardaron silencio unos instantes.
Era una señora bajita también, pero bien proporcionada, de tez pálida, ojos claros y facciones regulares. Sus cabellos rubios, donde brillaban muchas hebras de plata, estaban peinados formando un número considerable de ondas o rizos pegados a la frente con goma. Su traje era un poco extravagante, o por lo menos impropio de una señora de su edad, pues frisaría ya en los sesenta.
¡Yo prefiero a Francia! suspiró la esposa del primer secretario, una jovencita pálida de cabello rizado. ¡Ah, la Francia! murmuraron algunos comensales, poniendo los ojos en blanco. El gordo Meriskoff agitó los lentes de oro. Francia tiene un pero, que es la cuestión social. ¡Oh, la cuestión social! murmuró sombríamente Camilloff. Y conversando con tanta sabiduría, llegamos por fin al café.
Después de pasar algunos momentos con el muerto, volvieron al aposento del doctor. La anciana, completamente quebrantada por el dolor, apenas entró en el salón de Chevirev, se dejó caer en el sofá; pequeña, consumida por una larga vida de sufrimientos, parecía un bultito negro, de faz pálida y cabellos blancos.
Velázquez bailaba con Mercedes. Su antigua querida comenzó á palmotear y á jalearlos de tal modo que el guapo volvió la cabeza sorprendido y los presentes hicieron lo mismo. Al observar su faz pálida, demudada, se guiñaron el ojo y no faltó quien exclamase: ¡Bueno va! Soledad al fin la ha pescao... Si te caes, yo me comprometo á llevarte á casa en brazos, niña.
Subámoslo, por lo pronto, para que se caliente un poco. ¡Sí, sí, subámoslo! Y otra vez el resonante grupo se lanzó al patio y a la escalera de la mansión de los Quiñones llevando en triunfo el canastillo misterioso. Amalia estaba enmedio del salón inmóvil y pálida cuando se abrieron de nuevo las puertas. D. Pedro había sido trasladado ya a su alcoba por Manín y otro criado.
Palabra del Dia
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