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Actualizado: 11 de julio de 2025


Yo contemplaba a Amparo con el mismo placer con que se contempla una cosa bella, fresca, pura, encontrada por acaso en el erial de la vida. Era una niña, en toda la extensión de la frase, espigadita, esbelta, con bonitas manos, ojos hermosos, y una montaña de cabellos negros y brillantes, agrupados en trenzas: muy blanca, muy pálida y muy delgada.

Por la mañana saliendo de su despacho se encontró en el corredor con ella. Estaba pálida. Se acercó a él y cayó en sus brazos. Tristán la estrechó contra su pecho. Lloraron en silencio largo rato. Ambos sentían que su felicidad estaba rota, que algo siniestro se cernía sobre ellos y que no les dejaría hasta secar el amor en su corazón.

A la parte de Oriente, por cima de las arboledas del Retiro, comienza a despuntar el día, desvaneciéndose y borrándose el lucero del alba en una faja de luz pálida y blanquecina, que se dilata y extiende poco a poco en el espacio.

Cualquiera, al ver salir del agua á la pobre criatura que toma los primeros baños, pálida, descarnada, atemorizada, con un temblor mortal, presiente lo rudo que ha de ser tal ensayo y el peligro que corren ciertas constituciones. Estad persuadidos que nadie irá á afrontar tan terrible suplicio si puede suplirlo en su propia casa y sin riesgo por medio de una suave y prudente hidroterapia.

La bella castellana, de tez pálida y fina, cejas arqueadas, ojos severos y andar aristocrático, sacude el abanico con una gracia inimitable, y lleva la mantilla medio caida con la majestad que una reina su manto.

Comió sin apetito, contando á su mujer lo ocurrido en el tribunal. La pobre Teresa escuchó á su marido, pálida, con la emoción de la campesina que siente punzadas en el corazón cada vez que ha de deshacer el nudo de la media guardadora del dinero en el fondo del arca. «¡Reina soberana! ¡Se habían propuesto arruinarles! ¡Qué disgusto á la hora de comer!...»

Dorotea miraba de una manera ansiosa, enamorada, dulce, á don Juan; le transmitía su alma entera, y con su alma todos los embriagadores sentimientos de que su alma estaba llena; y como si en aquella mirada le transmitiera también su vida, Dorotea se ponía más pálida, se espiritualizaba más y más, se hacía irresistible. ¿Cuándo os vais? le dijo Dorotea.

Y esta pobre mujer, envejecida más por los trabajos y las enfermedades que por la edad, flaca y pálida ahora, fue una joven dotada de esa gracia sencilla y humilde de las montañesas de este rumbo, y que ellas conservan, como Vd. ha podido ver, cuando no la destruyen los trabajos, las penas y las lágrimas.

Pasado el primer deslumbramiento, miré mejor y vi que allá, en el fondo de la pieza, me aguardaba Nanela. Aunque jamás la viera ni oyese hablar de ella, yo la reconocí en seguida. Era Nanela. Era una alta y hermosísima mujer pálida la más alta, más hermosa y más pálida mujer del mundo, toda vestida de blanco, sin joyas, flores ni cintas, llamada Nanela.

Mientras Cristeta leía la carta, se le cayó al suelo el talón contra el Banco. Llenósele el alma de tristeza, y lloró silenciosamente. No existen palabras con que expresar su pena. La prosa vulgar y llana sería pálida; la retórica, falsa e insufrible. No hay vocablo que idea de lo amarga que es una lágrima, ni giro que refleje el desconsuelo que se enseñorea del corazón desposeído de esperanza.

Palabra del Dia

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